miércoles, diciembre 27, 2006

12.26.2006


de repente creo que no me queda espacio para sentirme solo, que esa queja caducó, que los días me saben diferente. esta tardé recogí mi cuarto, organicé los libros, escuché un poco de musiquita tibia. algo de Elisa y de Nicole no quiere irse. tal vez ese deseo de disfrutarlo todo, esa forma hambrienta de retratar el derredor con la mirada como si la memoria fuera un rollo fotográfico desarmable destinado a algún archivo al que se puede regresar una y otra vez cuando se quiera. releo a Pedro Juan por encimita. sonrío un poco imaginándolas acaloradas con los libros en la mano. miro las fotos de Vieques, de San Juan, del Yunque, del baile ceremonial en la casa de Karina. palpo la palabra bioluminiscencia y la satisfacción detrás de la palabra. tengo la sospecha de que ese pulso fuera de rutina de las últimas semanas se quedará conmigo, que no alzará vuelo, que no irá a ninguna parte; quiero que me haga compañía. preparo mis pinturas, los pinceles, he construido cuerpos mentalmente. pienso en mañana y después de mañana. vuelvo a la plástica, a los colores, a la rugosidad de lienzo, a lo increíble, al lugar sagrado donde nací. volver siempre es volver a la primera vez primera. vuelvo y me alegra. los días me han cambiado. tengo otras vibras, una bicicleta prometedora, tengo en la guillotina de los parpados el cielo más cielo que he visto, entre las manos un ojo de agua en donde se juntan mis dos mares, en la planta de los pies la intensidad de los tambores. algo de Elisa y de Nicole no quiere irse. insisto. yo sé qué no se irá.

lunes, diciembre 25, 2006

Vieques: extractos de viaje

1.
vuelvo a estas playas volviendo a aquella vez. volver siempre es volver a la primera vez primera.

2.
esta isla son tus bordes; inevitables a la hora siempre del recuerdo, a la hora de mis noches de escápulas con hambre, hambrientas de esa temperatura de la palabra antes, hambrientas de la palabra tú, del verbo tú (porque hace poco comprendí que eres un verbo), hambrientas de la palabra ti y de silencio.
3.
hay cosas que nos tejen a los dos. aun tú con tus escapes cifrados, los torbellinos susodichos que te encantan (de los que no sabes salir). hay cosas que nos atan más allá de la palabra, cosas dolorosas que nunca han sido compartidas; puentes de nostalgia envarillandonos la carne, puentes de ayeres que huelen siempre a mar, puentes de vidrio destinados al implote, puentes de siempre recorridos que cruzan un océano simétrico entre nos.

Vieques: desechos radioactivos

martes, diciembre 19, 2006

12/18/06

caminé lo suficiente como para darme cuenta que esta nostalgia de siempre no lleva un nombre propio, que esta nostalgia ha sido siempre la culpa desta soledad que va conmigo en la entrepiel. caminando quise una comparsa de pasos cerca, algo que me acompañara, que evitara este buscar en las miradas una muestra-calida-fugaz que me reviva un poco, que me obligue a deshacerme de la idea de que fui alguna vez y que a la vez no he sido. días como hoy tengo ganas de arrancarme la piel y tenderme en carne viva a la espera de un abrazo. yo sé de abrazos que han vestido a gente para siempre. yo sé que hay mil abrazos ropa nueva. yo sé que si me quito la piel muero. yo sé que soy cobarde, un egoísta, te juro que yo sé. y que trato aunque me duele, pero nunca lo consigo.

lunes, diciembre 18, 2006

Lluvia circular

nada permanece en el todo de la vida
si en el sueño perece una paloma
y al despertar no encuentro sus despojos.
Lluvia circular, Pastor de Moya


nada permanece igual en la memoria.
todo discurre junto al agua en los cristales azotados por la lluvia.
nada acontece para siempre en la mirada.
todo fallece en el degolle obligatorio de los parpados.

miércoles, diciembre 13, 2006

12.12.06

la noche fue extraña. bastantes emociones en una trampa de tiempo. yo y mis nostalgias todavía goteando a pesar de tantas risas juntas, mis mujeres de letras goteando las suyas a pesar de tanta libertad. puede ser por el vino y por la yerba, pero anoche sentí que estaba de frente a una vitrina sin cristal.

martes, diciembre 12, 2006

en picada

seguir./ no./ basta./ seguir cargado de tus mundos, de países, de ciudades/ de tus tantas muchedumbres reprimidas; aullidos/ cubierto de climas, de estaciones nórdicas siempre invernales, de hemisferios contrarios/ seguir entre telarañas de sepulcros y horóscopos amparados en planetas concientes/ seguir del dolor al dolor, en picada; del enigma al enigma, en caída libre/ del dolor de la piedra al dolor de la planta porque todo es dolor/ dolor de una batalla incomprensible perdida/ y dolor,/ miedo,/ dolor con rabia/ de ser/ o no haber sido.

viernes, diciembre 08, 2006

12.08.06

hoy es el primer día de estas vacaciones meritorias. me levanté hace dos horas. no me he lavado la boca todavía, pero escribo. la playa sería un buen inicio, pienso. un poco de sol, sal en la boca, escarcha de arena en el cuerpo. claro, un poco egoísta de mi parte si recuerdo la conversación de esta mañana con Nicole. <<hace un frío de pinga. de pinga no. las pingas son calientes. un frío de hielo. está a veinte grados y con el viento se siente a dos. me estoy muriendo Xavier. me imagino, le dije. o no, no me lo imagino. nunca he estao en un frío desos.>> un espacio entre medio. <<Acho, pues note pierdes de un carajo. Acho, pues que bueno.>>

decidido. voy a la playa. Karina no coge el teléfono pero como quiera voy. el salitre siempre me hace bien. caminar por la playa, descubrir pequeñas pertenencias entre maderos atlánticos escupidos en la orilla, jugar con los cobitos en la palma de la mano, suspirar, detener la mirada y medir la velocidad de cada nube sobre la cabeza de la isla. quiero que la playa sea parte de mi agenda navideña. quiero, también, una bicicleta vieja para pedalear lo más que pueda desde Loíza hasta el casco de San Juan. quiero visitas en mi casa, hacerle comida a mis amigos, hablar, beber coquito, crear, elucubrar próximas piezas. quiero pintar en todos lados, escribir poesía en las libretas que he acumulado, dejar que el par de personajes que tengo en la nuca cobren vida, tatuarme un laberinto rojo en el brazo derecho, enamorarme, aunque suene rosadito, de alguien que no imponga restricciones. quiero muchas cosas. escribo.

empiezo hoy.

sábado, diciembre 02, 2006

9WHQZ2452 (1ra versión)

tenia la cabeza adentro de la horca. es que me pareció chistosísimo el detalle; una soga para ahorcarse, con nudo incluido, colgando del techo del lado del pasajero. tenía la cabeza adentro de la horca pero Karina no me dejó. quítate eso. imagínate que frene de cantazo y tu tengas la soga puesta. ni en broma. Prendió el motor. desistí.

íbamos de camino a Parentela. el ex-novio de Karina es parte del elenco de la obra. yo iba porque Pepe me invitó, por que la obra fue escrita por Pepe. Karen, por su parte, iba secuestrada. la sacamos sin permiso de la lectura de cuentos del taller de Mayra. Hola. ¿qué haces? vamos a janguear. tenemos planificado ir a Parentela, después vamos a discotequear. me limité a sonreír. Karen aceptó. fue demasiado fácil convencerla.

yo no había pensado mi noche con ninguna de las dos. estaba indeciso entre ir a la lectura de cuentos o a la obra. sin embargo, me encontré con Karina, de casualidad, en la biblioteca. me invitó a un par de cervezas en El Refugio, después al Vidy’s. llamamos a Karen y listo. me pareció buena idea volver a estar juntos los tres. la ultima noche que estuvimos los tres juntos, que fue la primera, la pasamos cabrón. La casa de Karina tiene cierto encanto, muchas vibras, fue bonito improvisar, pintar, hacer cadáveres exquisitos, leer a Manuel Ramos Otero en el techo, que a la vez es la terraza.

buscamos a Karen en Taller Cé. decidimos guiar en carros separados hasta la Calle Loíza. el plan era dejar los carros en la casa de Karina e irnos en un solo carro. antes de bajarme de mi carro me di cuenta quel piso estaba inundado, que por alguna extraña circunstancia que desconozco toda la alfombra debajo del freno y la gasolina estaba mojada.

después meti la cabeza adentro de la horca.

la guagua de Karina es algo así como un universo. una mezcla neo-hippie entre galería rodante, muro publico para el graffiti, barra, nidito de amor. me obligaron a sacar la cabeza de la soga. hablamos de algo que no recuerdo durante medio minuto. medio minuto después vino el silencio. una chica embarazada se comió la luz. no paró. chocamos de frente. fue perdida total. media hora después llamé a Nicole. le dije que no me había puesto el cinturón, que si no me llego a agarrar de la horca quizás mi frente hubiera roto el cristal. Karina, que se preguntó mil veces por qué carajos nosotros tres, convencida de que había algo mítico y sobrenatural en el asunto, se resistió a pensar qué hubiera pasado si yo no hubiera sacado la cabeza de la horca. Karen, sólo quería que nos bajáramos. los air bags explotaron. la guagua había quedado transversal en el centro de la intersección. poco después me dijo que yo le advertí a Karina en el momento mismo en que la chica se acercaba sin frenar. no sé. en ese momento todo fue silencio. y agua. porque por alguna extraña razón los tres salimos de la guagua con la ropa mojada. la luz todavía estaba verde para nosotros. era evidente que la chica se había comido la luz roja. horita hablé con Karen. me dijo que le duele la espalda y que no sabe por qué, pero el piso de su guagua, la alfombra bajo el freno y la gasolina, estaba, también, mojada.

jueves, noviembre 30, 2006

mario


odio las matemáticas desde siempre. este semestre, tuve que coger la clase martes y jueves a las siete de la mañana, en un congelador, porque no habían más secciones disponibles. sin embargo, voy a extrañar la clase; no el contenido de la clase en si, sino al profe. no sé en qué pueblo nació, porque no creo que lo haya dicho. sé que fue el menor de dos hermanos, hijo de un marido infiel y una maestra apodada ¨la reina¨. la clase fue su historia. un niño rebelde obsesionado hasta el delirio con su madre. un niño, todavía vivo, que habla desde el cuerpo del viejo más hermoso que he visto en la vida. ¨no podía despegarme de mamá, incluso en la escuela. por la mañana, antes de irme, le pedía un beso. como siempre andaba toda elegante y maquillada, los labios pintados de rojo, me encantaba que me besara en la mejilla derecha y me dejara la marca. era la única forma de irme tranquilo a la escuela. no me quitaba el beso en todo el día. los muchachos se reían, las maestras intentaron un par de veces quitármelo a la fuerza con unas toallitas húmedas que sacaban de un lugar que desconozco. pero yo era una fiera. un día empujé a una maestra, le dije que yo me había entregado al diablo, puse los ojos en blanco y con la navajita de los sacapuntas (yo siempre andaba con una, no sé por qué) me corté profundo en la palma de la mano. cuando la maestra vio aquello, obvio, no se volvió a meter conmigo, no hizo ademán, siquiera, de llamar a mamá aun siendo colega suya. los maestros sabían que yo era fuertecito, pero no se metían conmigo; yo como estudiante era el mejor de toda la escuela. los besos de mamá eran bellos. yo tenía miedo de que ella muriera, un miedo constante, loquísimo. me la pasaba el día entero pensando en la posibilidad de que le pasara algo, un accidente, algún temblor de tierra y ella lejos. tenía terror de que muriera y no pudiera despedirme. el beso en la mejilla era un consuelo. cuando llegaba a casa y la veía cocinando lo primero que hacia era besarla y luego corría hacia la ducha. mamá era una reina. al menos para mí. me costó bastante superar que se haya ido. pero ya estoy viejo, lo suficientemente viejo, ochentaipico de años, es bueno saber que ya casi me muero. tal vez nos encontremos. sí. nos vamos a encontrar. yo creo que ella va a decir, muchachito, pareces un chicle (siempre me decía chicle) todavía no se te ha quitado eso. pero no me importa. es mejor que estar viéndola quieta en un retrato en blanco y negro. en el centro de la sala tengo un retrato de ella, grandísimo, con marco y todo. cuando ella vivía, los retratos que puse en las paredes eran de Maria Antonieta ( la reina, la reina de Francia que cayó con la revolución), no sé, replicas impresas en papel de cuadros de ella. ella era divina. yo le tenia altarcitos con velas y joyas de mamá, le hacia genuflexiones y le ponía amapolas todas las mañanas. mamá se ponía histérica. muchachito deja eso. papá también. pero papá no se metía. esta afición por la monarquía la tengo desde la barriga. me encanta todo eso. la historia de los reyes es una cosa bella.

si escribo una novela va a partir de él. estoy seguro. pero tengo miedo de que muera.

lunes, noviembre 27, 2006

estas distancias archipielagas

confieso

no entiendo mucho de distancias
tampoco entiendo por qué esta cercanía nos aleja
por qué se empeña nuestro espejo en señalarnos polos
si cuando coincidimos el verano vuelve
y la carne arde
y el calor es tanto que las bocas se evaporan
tanto
como si fueran de agua nuestros labios
como si la saliva fuera el fuego de una estufa de propano
que prende y apaga con el roce de los dedos
que puede resultar tan peligrosa y tan letal
como el invierno mismo.

yo no sé de geografía, ni de cartografía
mucho menos de la climatología
aunque a veces peco de saber de grados fahrenheit
y grados celcios
en el centro del cuerpo del cuerpo de los dos
que a veces nos explota
cuando los árboles nacidos en los poros
ya se han convertido en un paisaje en copos
la espuma de mis playas en glaciares (irreales por aquí)
(de documental)
y las sínsoras de los abrazos se han forrado
de un encaje crudo de neblina y nubes grises detenidas
ignorando el dedo índice de las veletas.

yo no sé cual es el tiempo de las estaciones dentro desta habitación
ni como se coordinan los relojes de nosotros
pero sé
porque el reflejo de ese espejo en el techo habla
que los huesos deste cuerpo duelen
cada vez que hay frentes fríos
que el invierno nos empuja a congelarnos
que nos tira hielo en la mirada
cada vez que descubrimos
que violamos los parámetros de la familia
el perfecto páramo de toda sociedad futura
con esta pasión oscura de turbio callejón

por eso yo prefiero el ardor de los veranos
aunque sea siempre tan fugaz
aunque siempre nos quememos con el fuego (carno)
o con la hornilla de la estufa
que aunque es letal como el invierno
te confieso
al menos, se disfruta.

martes, octubre 24, 2006

Otro cádaver. Natalia, Melissa, y yo.

reportándome

lo sé, ultimamente ando perdido, un poco desconectado (literalmente) del espacio cibernético. no tengo computadora hace más de un mes, y hasta ayer no me había hecho falta. sé que tengo en pausa esta página pero ya, no me da la gana de mantenerme lejos, o tan lejos, da igual.

lunes, septiembre 25, 2006

Lectura

La torre


Carr. PR#187 en dirección hacia Loíza. La torre queda a mano derecha, (se divisa con facilidad), en la curva después de Bamboobei y/o un negocio que se llama Playa 79. Para llegar a la torre no hay acceso vehicular. Hay que caminar algunos 3 minutos pero la caminata vale la pena. Arriba un mapita visual del recorrido a pie.

lunes, septiembre 18, 2006

Carica

yo sé
que tú escojiste esta fruta
carica podrida
ignorando las advertencias del placero
que al verte palpando lo oblongo
te habló de quemaduras
y que madura amarilla en los dedos
pero tú
tenías hambre
de llenarte el cielo de la boca
con la carne de mi cuerpo
rojo
empalagarte
de pelarme la piel
desnuda en el piso
mientras la papaina ablandara tu sexo
y el vomito rosado
te mojara
con moscas
el cuerpo.
pero tú
tenías hambre
aun sabiendo
que mi carne era melcocha
comida de pájaros sin ojos
semillas de un hombre sin tiempo.
por eso agradezco
las horas al sol
los buches de agua y de viento
y tus sueños de hembra sobre una cama de tierra.

perdón por las semillas tragadas
que después de devorarme te sembraste adentro.
porque no nació (en ti) el hombre papaya
y por sólo servirte
para la intoxicación.

martes, septiembre 12, 2006

círculo

no puedo mirar
con estos ojos
a ese niño que me mira desde el fondo
diciéndome adiós en cada pestañeo negro
torciendo
la pequeñez de la boca despacio
lanzando sonrisas de inconformidad.
si no lo miro es porque lloro
porque lo veo ahí, tan solo
de manos cruzadas
dejandose hacer con el viento
esperando al amor de la vida
la luna de miel
la niña rojiza
soñando en silencio una pareja de hijitos
aún el olor de un juguete.
no puedo mirar a ese niño que desde el fondo me mira
porque se apagan mis ojos
porque mirandolo veo al hombre que soy
el hombre que no es el varoncito del viejo
el heredero de mierda de ese apellido paterno
que tiene al machismo en el escudo de armas
que sabe de golpes
partirle la boca a una madre
hacer estallar una pecera en los pies
dejar que los peces se mueran de asfixia.
si no lo miro es por él
por su inocencia de carne cristal
por todos los cuerpos que le haran tragar vidrio
por cada noche de frio
por cada cama de cal
que lo hará mirar a un niño.

Pulgares


Imagen: Xavier Valcárcel de Jesús. Pulgares. 2006. Fotografía digital.

miércoles, septiembre 06, 2006

6.9.06

para ponerme triste
me huelo debajo de los brazos.
ahí el sudor del hombre detenido.
sin desodorante cometí el primer error.

miércoles, agosto 23, 2006

23.8.06

ultimamente
tengo tras la lengua las palabras de Peña
"es preciso que no estemos tan solos
que nos demos un pétalo
aunque sea un pastito
una peluza."


y es preciso, cierto, que nos demos un algo.

domingo, agosto 13, 2006

cuadro tres

a veces, tengo la impresión
de que te enroscas en mi pecho
con la misma sutileza
de los amaneceres que nunca compartimos
que te lanzas al oleaje crudo de mi cama
y te dejas hacer, loca,
con la caricia dulce del viento
el viento que es mi mano
y mi mano es este cuerpo, niño, sin estreno.
a veces, tengo la impresión
de que me bebes poco a poco
que mi carne para ti es un trago de melaza
y que tú, golosa, te enloqueces con el negro de mi azúcar
te haces diabética, todita enferma.
a veces, me entretengo en la impresión
de verte entera acomodada junto a mí en cualquier parte
abrazándome las canas, sonriendo mientras me haces hijos
mientras me inundas la barriga con la sangre de los dos.
a veces, sólo a veces, me nace la impresión contigo.
casi siempre, siempre, todo contigo resulta una impresión.

martes, agosto 08, 2006

Perception


a mí
me habían dicho
que vivir en Nueva Yol
era (o es)
una experiencia toda.
y lo es. no hay duda.
pero es también una nostalgia
un desencuentro de unidad simétrica
es, sin más, una diversidad
una violencia de miradas
una constante de fastidio
de divisiones dermáticas
un señalamiento underground
una amenaza del sistema.


Imagen: Xavier Valcárcel de Jesús. Perception. 2006. Fotografía digital.

Anoche [Prospect Park]


Fotos y fotomontaje: Xavier Valcarcel de Jesús.

6.8.06

desde una esquina, entre una calle y la Avenida Las Americas. N.Y.
Hay tanta gente junta en estas calles, demasiados tonos mapa mundi, demasiada oralidad multimediática, demasiada promoción (for sale) de subsistencia. Hay tanta gente junta tratando de flotar en esos rios de cabezas que se mueven entre aceras, que la nacionalidad, a veces, se vuelve mierda, un sticker borroso, un graffiti corporal que evoca soledad.

Uno camina tan solo y tan deprisa entre esta gente, siguiendo tanta dirección, tanta parafernalia del sistema que uno se olvida de que uno, el yo, se tiene.

martes, agosto 01, 2006

Enlace

Poema de callejón


Pa nicole, por el desencuentro de hace dos tardes.

por vez primera el casco viejo de San Juan se me hace enorme.
demasiado laberinto.

demasiado ejercicio de lógica para encontrarte.
he olvidado el nombre de la calles

el resultado final de tanta suma de adoquines.
se me olvidaron las posibilidades

aunque lo más posible es que, hidrofílica
estés sentada frente al mar
escribiendo entre el silbido del viento y de las aves
grabando con tinta una postal de agua para tu vuelo de regreso.
por eso desistí y me he sentado en este callejón a imaginarte.
a imaginar a una poeta que suelta letras líquidas frente a los horizontes
que hunde rimas femeninas sobre el blanco espuma de un papel.
quizás escribes, poeta

sobre los huracanes que te esperan al otro lado de las olas
sobre tus ganas de volar

sobre tus idas en bandada.
quizás estas sentada en una piedra

con los ojos rojosdehumo
con la vista puesta en los contornos negros de aquel príncipe de azúcar.
quizás, también, escribes de los techos y los puentes

de tu hambre hembra
de la no-poeta
de tantos siglos hexágonos
de ese amor de sal que se derrite entre el verano y el otoño.
por eso desistí, mujer.

el mapa de este islote no te nombra.
quizás tampoco a mí.

pero escribo.
igual que lo haces tú.
aunque este canto de ciudad sea pequeño y no te encuentre.


Imagen: Xavier Valcárcel de Jesús. Callejon del nuyo. 2006. Fotografía digital.

domingo, julio 30, 2006

Traducción y fragmento de un cadáver exquisito frente a un mar azul-marrón desde una torre en movimiento.

el agua, aquí abajo, aquí adentro, el mundo es todo agua, los pájaros son hoy-también-de agua, silban con un mar de viento entre las plumas, tienen líquido el pico, rebuscan con el canto el mar del agua.

hoy llovió.
y lloverá mañana.
otra vez. denuevo.

y lloverá porque los ojos gritan lluvia, por que las islas son sedientas, porque la arena de las costas necesita la humedad, que es la nostalgia de nosotros.


30.7.06 Nicole Cecilia Delgado. Xavier Valcárcel de Jesús.

30.7.06

días como hoy, me acuerdo deque cargo nubes tras los ojos yque tengo un mar rabioso en todo el cuepo colaborando con el ciclo. ciclo de agua. digo.

jueves, julio 27, 2006

27.7.06


Te falta aleta. Pez.
Te faltan dientes. Dentadura cortante como los filos de una lata abierta.
Te falta aleta. Hembra.
Más carne. Hambre.
Tengo un tentáculo de sangre que te espera.

Te falta aleta. Ojos.
Un sondeo panorámico. Mirada de helicóptero.
Heliotropo. Ágata. Gata de mar.
Necesitas enterarte de que nadas sola.
En mi mar ya no hay gaviotas.
Mi mar de oleaje crudo. Mimar.
Molusco. Huyeron los albatros.
Los pelícanos se han ido a engullir sardinas en las playas de los hombres.
Tigra. Tiburona. Nadas sola.
No hay ojos de vidrio. No hay coastguards detrás de ti.

Destrózame. Nada. Enséñame de agallas.
Me corto. Te dejo estelas rojas sobre el agua.
Olfato. Nariz. Te falta todo.
No esperes a que una lancha de indocumentados me recoja.
No esperes a que una hélice me vuelva abono de corales.
No esperes a que los pájaros sin mar me desmenucen.
Cómeme. Arráncame el cartílago.
Mi carne blanca espera.
En cama. Espero tu mordida.
Escamas. No quiero que te escames.

Imagen: José A. Monge Rendón. Escapade 005. 2006. Fotografía digital.

viernes, julio 21, 2006

21.7.06

metalurgia. sol-sudor. y fuego. los ojos corren detrás de los cristales. choques de cemento, cablería, columna vertebral de líneas blancas sobre la brea. huir. los puentes cruzan las cabezas de los autos. no sopla el viento. gasolina y gas dermático. epidermis. jugos calientes. no estacione. luz roja. no entre. no vire en u. abanicos de hojalata. el aire no enfría. derrito. derrite. no me sabía un cuerpo de agua hasta hoy.

21.7.06

pasa que ya los legos no me causan gracia alguna
que el ketchup no es la sangre que manaba de mis action figures
que he perdido la mitad de las canicas del chinese chekers
que la cama se me hace más chiquita cada vez.
pasa que ya no guardo hojas en blanco ni libretas para nadie
ni pinceles para nadie
ni almohadas de colores para nadie.
pasa que derretí los arsenales de Crayolas con los que aprendí a construir
que mis amigos inflables han muerto
que la rana René se suicidó lanzándose al vacío de mi cama desde la cabecera.
pasa que ya no espero a nadie en mi habitación azul
que me salió una barba de verdad y no de tempera negra
que no soporto el Atari, el Nintendo o el Playstation
que las pistolas de plástico balearon mis ganas del otro
que ya no quiero un hermano
que ahora le creo a mi viejo cuando me dijo jamás
que yo soy hijo único
que yo nací de una probeta.

(T)-habitan-(t)


T)-habitan-(t) busca generalizar la imágen de los pobladores terrestres, de alguna forma dar cuenta de que todos somos un hábitat que puede ser y es habitado y de igual manera habitamos un hábitat donde nos habituamos y tenemos hábitos. Tampoco podemos perder de vista que nuestro hábitat habita a otro en el cual pueden haber más hábitats. Se busca desexualizar al habitante y hacerlo una imágen con la cual todo ser viviente se pueda identificar; sí, todos.

Quizás sea un objetivo demasiado ambicioso, pero todos tenemos nuestras utopías. Quizás si nos miramos como habitantes diversos las cosas serían más sencillas. Es difícil de explicar, porque se intenta hacer abstracta la imagen del humano.

Finalmente, lo mejor que define este trabajo es la palabra quizás, porque quizás es una invitación a la aventura; es una invitación a que el habitante viaje y se convierta en viajer@.

miércoles, julio 19, 2006

lunes, julio 17, 2006

Casi un monólogo de anemia y de desidia


Yo quiero que te sientas tan inútil como un vaso sin whisky entre las manos y que sientas en tu pecho el corazón como si fuera el de otro y te doliera. Yo te deseo la muerte donde tu estés, y aprenderé a rezar para lograrlo.
Coro de una canción mexicana

Se abrió el portón y le fue pa’ encima. «¡Hija de Puta!» Y ella, «¿Qué tú haces aquí?» Pero a diferencia de siempre fue ella quien alzó la mano primero. Salió desde el otro lado de las rejas y lanzó un bofetón sonoro quemando entre la oreja izquierda y el ojo. El empujón hasta la calle, las manos venosas, nudillos, un buche de saliva humedeciendo la camisa de él. Corrió y logró alejarse un poco «¿Por qué él no sale si es tan hombre? Que sepa que tú tienes marido, que tú tienes tres nenes conmigo.» Gritaba con el ego herido, en el medio de la calle, entre dos filas cromáticas de casas simétricas, una urbanización ajena. «¡Atrevida! ¿Cómo me preguntas que qué yo hago aquí?» El marido intentó agarrarla pero ella no lo dejó. Con una mano le hundió los pliegues de la cara, con la otra se hizo un moño de su pelo negro grifo y se acomodó el cuello de la blusa estirada de tanto forcejeo y tantas libras.

Agolpeado, el hombre sacó la mano, la empujó muy poco, le zarandeó la cara de un cantazo. «Por puta.» Pero ella bajó la mano gorda y se desquitó, lo abofeteó con más rabia, las marcas rojas en la piel. El pobre hombre, escuálido al fin, la agarró en un descuido y le propinó otra serie de golpes. Quería arrastrarla por el piso, barrer con ella, hacerla sangrar, por fin podría matarla. Después se encargaría de él, del otro, «el pendejo ese», el que estaba escondido en la cocina de la casa. La tenía agarrada por el cuello, inmóvil. Sacó una navaja de barberos, de un filo, de esas portátiles que se abren en dos y que él usaba para hacer cerquillos en la barbería. «No había necesidad de buscarte un macho Mariel.» «Suéltame Alex.» La navaja cerca de la yugular, se le olvidó gritar, «cinco años conmigo.» Los vecinos se asomaron por las ventanas. «Te lo he dicho mil veces. Tú tienes marido.»

Ella, la gorda infiel, la esposa del flaco, sacó fuerzas de adentro, gritó con más rabia que él, se lo quitó de encima como a un lagartijo. Lo abofeteó como otras veces, lo empujó. El hombre cayó sentado, tocando el pavimento con la carne mínima que tenía por nalgas, con la porcelana poquita de su cuerpo sin poder responder frente al ataque de su hembra. El sol brillaba entre las gotas de sudor que le bajaban por la frente, sobre sus pómulos hundidos de hambre, sobre la sombra gris de una barba que le hizo ilusiones en la preadolescencia pero que nunca floreció. La hembra sonrió para sí, dio la espalda y se internó en la casa ajena, le dio un beso en la boca al amante que no salió a la luz e intentó cerrar el portón de rejas blancas. Las ciento dieciséis libras corrieron hacia allá. Quería, al menos, tajearle la boca o la cabeza al otro. Pero no pudo. Ella logró poner el candado y poner su masa fofa, graso-rojiza, entre los dos. También logró tranquilizarlo. Fue fácil hacerlo caer sobre la brea de la mañana, golpearlo frente a los ojos del vecindario, decirle «niño, poca cosa, yo sí tengo necesidad, me casé con un hombre de carácter, no con un niño como tú.»

Reclinó el asiento del conductor hacia atrás y los ojos se le aguaron. Arrastró la cabeza de un fósforo sobre la caja y encendió el cigarrillo. Bocanada y calentón en el pecho. Bajó los cristales del auto y la brisa del mar desfiguró la columna de humo blanco hasta desaparecerla. Fumó con la izquierda. Con la derecha agarró una caneca por debajo del asiento. Estaba vacía. Encontró una llena debajo del asiento del pasajero y bebió.

Mariel lo dejó tirado sobre el asfalto, en una urbanización ajena, frente a la casa de su amante, con los ojos de los vecinos aplaudiéndole su poquedad. «Ojala te mueras. Te voy a matar.» El radio apagado, el oleaje de fondo, las nubes grisáceas moviéndose en silencio. «Un día de estos. Ya vas a ver.» Siempre lo mismo. Las mismas líneas, el mismo sentimiento de impotencia. Había escrito lo mismo en las paredes del pasillo con los creyones de los nenes, en las paredes blanco-hueso de su cuarto con los bolígrafos de promociones que le habían regalado, escritas con el lipstick de Mariel en el espejo circular del único baño de su casa. La misma casa a la que se mudó con ella, «la maldita casa a la que me mudé contigo, ¿Quién me habrá mandao? Estúpido, me pasa por amarte, estúpida, me pasa por estúpido.» Se puso la caneca entre las piernas, entre el volante del carro y los abdominales que se le habían dibujado en el estomago sin querer. Entonces se abofeteó a solas, frenéticamente, dentro del auto, estacionado frente a la playa, en el mismo sitio de siempre, junto a las dunas y los almendros, «por estúpido», debajo del palmar. Afuera las aves negras planeaban sobre un mar oscuro, deslizándose a toda prisa entre las ráfagas frías que corren desde el norte sobre el agua.

«Deja que vuelvas. Te voy a echar veneno, te lo juro por los santos de tus nenes, por mi santísima mai que está en el cielo. Te lo juro por tu dios que no es el mío y que no existe pa’ mí, que yo te mato cuando vuelvas. Te amo pero no. A mí tú me respetas. Yo soy el hombre de la casa. No tú. Gorda de mierda. Veneno de ratones pulverizado, mezclilla de pastillas, me vas a pedir que te cocine, habichuelas pa’ ti, habichuelitas pa’ la gorda. Deja que llegues contentita a casa, un día conmigo, seis días con otro, veinte en la casa de tu mamá. Pero yo sigo esperándote. Deja que vuelvas. Vas a volver. Tú y tus malditas ganas de cama, te voy a matar, comes en casa y comes afuera, y pensar que me ponías sonrisita de esposa satisfecha. Me lo creí, me puse ciego. Cabrona, por ti estoy como estoy. Me tienes loco gorda, y tú lo sabes, por eso no has vuelto, aunque me digas niño, hombre menos, estoy loco de amor. Amor mierda, no seas pendejo, escúchate chico, el doctor te dijo que tienes que romper con ese ciclo, cíclico te dijo, la voy a matar. A sangre fría. Mejor sin polvo de pastillas, sin polvo de veneno. Si tuviera una pistola vaciaría el peine contigo. Aunque me coja la cárcel. Te lo juro por mi pai que es lo único que tengo, los nenes con la abuela, saldría en dieciséis.» Bebió otro sorbo. Primero el ardor rompiendo la garganta, el estómago caliente, sube la bilis, los ácidos del vómito, otro buche de ron.

Mariel se había ido con otros estando con él. «Flacos ilusos, si se enredan con ella van a terminar como yo.» Menos de cien libras en dos años. Hambre y lágrimas. Anemia y desidia. Alcohol. «Si yo soy tuyo Mariel, no sé por qué no estas conmigo.» Se dio otro sorbo, caneca a la mitad, los jugos gástricos a punto de desbordar la bolsa plástica sobre el asiento opuesto. Ron y vacuidad. La tardé se le fue despacio.

Los huesos del brazo derecho no querían moverse. Lo arrastró lento, tardó varios minutos, empujó hacia sí la última onza de una caneca de Don Q. Estaba tirado en la sala de su casa, sobre un enredo apestoso de sábanas color vino, sudado de la luz azul de los televisores de la madrugada. «Me las vas a pagar toditas. Estoy decidido. Lo de tus hombres, los tajos del cuchillo, por volverme esto, por emborracharme aquella noche y por lograr una barriga sin que yo supiera ni tu nombre. Por las palizas que me has dao gorda grasienta, por alejarme de los nenes y entregárselos a tu mamá, por no dormir en casa, por querer divorciarte, por no hacerme el amor nunca, por violarme siempre, por no dejarme ser el hombre de la casa, el hombre que era antes, el que me enseñaron a ser.» Soltó la última palabra y el caldo de vomito traslucido le rebasó la boca. Cambió de pose. Se acomodó de lado, pegando el costillar de toro muerto sobre el matre, aguantando las losetas de cerámica para que no se movieran más.

Sonó el teléfono y supo que era ella. Respiró hondo. Descontrol de esfínter y garganta.

-Hello. Soy yo. Quien habla ¿Quién? ¿Hello? Sí, servidor. Eso es correcto. Ella es mi esposa. ¿Qué pasó? ¿Qué?-

Bastó con enganchar. Mala noticia. Alguien se le había adelantado.
Imagen: Xavier Valcárcel de Jesús. Josie (De la serie Inconformidades femeninas). 2006. Fotografía digital. 8" x 10".

sábado, julio 15, 2006

"Yo creo que es la luna cha"

Diabla, esto es pa' ti.

a veces creo que camino junto a ti por la arena de esas calles
y que veo con tus ojos de agua lo escribes con las manos
y que salto uno a uno los vagones de los trenes
que te alejan del oleaje de esta luna
que es idéntica a la tuya
que nos jode en la distacia por igual.

miércoles, julio 12, 2006

domingo, julio 09, 2006

Josmar


Imagen: Xavier Valcárcel de Jesús. Josmar. 2006. Fotografía digital. 8" x 10".

9.7.06

Después de las llamadas a distancia, ella en el sur, y yo en el norte (más al este), terminamos rendidos, casi muertos, embarrados de los jugos de este amor de lejos. Siempre me llama a eso de las 11:41, tardecito, cuando ya el vecindario es de los gatos, de la ratas recién paridas, de los murciélagos que vuelan entre palo y palo de mangó. Hablamos un poco. Estupideces al principio. Me habla del trabajo, de la universidad, de que nunca encuentra pizza con chorizos, que si todo es pizza con piña, que si tuvo una discusión con un taxista de la capital. Al final viene lo otro: el cambio de voz, el cerebrito, la tocadera. Las pajas me matan. Siempre se lo he dicho. Pero a ella le encanta. Dice que se moja más cuando me escucha en el momento comatoso, un trallazo blanco, un suspiro, ohhhhhgh.

Después de los segundos de recovery, de limpiarme con algún papel, alguna media, alguna camiseta deambulante sobre el piso, me pide siempre que le lea, que le hable con la voz de escritorcillo que me ha nacido con los años. Ahí entra la historia. El otro día busqué unos poemitas que le había escrito en su ausencia. Los había escrito en una libreta roja que encontré al azar. Tardé par de minutos tratando de saber en donde los había metido. Eran poemitas cortos, clichosos como los que siempre escribo, con una rima extraña, pero con rima. Al final de la noche se los leí. Siempre me pasa. Se queda dormida. Me quedo sólo, hablando con la maquina que cuenta los minutos de su tarjeta telefónica desde Bogotá.

El hecho es que buscando esos poemas hallé el manuscrito de una novela que escribí hace ya un tiempo. Claro, una novelita boba, sin investigación de nada; una mierda. Es tan así que nunca me atreví a culminarla. Está escrita en primera persona, una osadía, es como hablar en público en pelotas. O no. Es como hablar en público y ya. Comienza con lo que pudiera ser un breve monólogo. Pero en realidad no es un monólogo, yo nunca quise que el protagonista hablara solo, que tuviera un aside, un soliloquio shakespeareano. Aunque sí, el tipo vive con la soledad. El detalle es que el protagonista quiere vengarse de un alguien que él conoce pero que no lo recuerda a él. La novela empieza así:

"No hay nada mejor que sentarse en la azotea, frente al mar, a pensar cómo hacer un mal que ya te han hecho. Frente al mar la mente vuela. Frente a él se conspira, se medita, se inventa y se preguntan los por qué. Por eso subo todas las tardes. Llevo meses preparando la trastada. Tengo números, nombres, cantidades altísimas; tengo el sitio y la fecha. Sólo me falta hablar con él. Él apenas me conoce. Sin embargo, le conozco desde siempre. Pero no lo sabe. O no lo recuerda. Y yo lo recuerdo bien. Se crió con nosotros. Vivíamos en la Diez de Andino, a seis casas de distancia. La suya era azul. La mía era blanca. Ahora vivimos lejos, pero bebemos ron y cervezas, y vino y mujeres, en el mismo sitio, todas las tardes, por rutina. Llevamos casi cuatro meses así. Pero aun no he dicho nada. Aun no sabe que él es protagonista de mi plan."

Siempre me provocó algo. El hombre, el protagonista quiero decir, eso de vengarse de alguien que se crió con uno, esa cosa de matar. Por que en realidad sí. Al final mata, y destruye a la gente que le queda, destruye al trío de mujeres que lo amaron, tres, como la santísima trinidad, termina desatando un plan terrible. Al final queda solo, con su enemigo vivo, por que mató a todo el mundo menos a él. Nada. No sé. Un final así.

Por ahora no me interesa seguirla. Metí el manuscrito dentro de una libreta cualquiera y la guardé. No quiero seguir con una novela que comienza y termina de ese modo, tan ficticia, tan ajena a mí. Creo que mejor me sentaré a escribir. Escribir con las tripas gordas y con las entrañas, tirando todo sobre el papel, manchándolo de sangre mía y de saliva mía, de mierda y orina mía, y mocos y lagrimas con nombres propios que me destruyan más a mí.

viernes, julio 07, 2006

lunes, julio 03, 2006

Superhéroe


El 12 de junio del 91 desperté con la gritería cataclísmica de abuela. Doña Geña había rodado, escaleras abajo, desde la puerta de su apartamento en el segundo piso, hasta la puerta de la nuestra en el primero. Abuela sintió el golpe hueco contra el tiesto terracota de Llantén y corrió hacia afuera con el mismo presentamiento con el que sale cada vez que alguien suena una bocina en el residencial. Sin embargo, esa vez no se asomó por la ventana, sino que abrió la puerta sin pensarlo. Y allí estaba la vecina, con su gordura de años esparcida sobre el musgo del cemento, con la boca partida y gritando, sin poder mover un pie, “se me mató”. Y fue entonces cuando abuela abrió la boca como un grifo de agua, sin saber a quien se refería, alarmando a todo el mundo incluso a mí, que cumplía ocho años ese día. Me recuerdo en calzoncillos de Superman, corriendo por el pasillo largo del apartamento, con el corazón acelerado y la saliva seca entre los labios. Cuando llegué a la puerta grande Doña Geña sólo dijo “se me ahorcó Joel”. Joelito, el mariconcito, el patito del segundo piso se había ahorcado. Entonces abuelita activó el grito, los perros micos de Don Chago ladraron como nunca y las vecinas de los otros edificios se arremolinaron frente a la puerta de mi hogar.

"Arriba, todavía está arriba, colgando, está en su cuarto." Geña pidió a gritos que alguien lo bajara. Entonces las vecinas me miraron a mí pero yo miré a mi abuela. Era tan enclenque, tan poquito, tan saco de huesos, tan barriga desnutrida de Somalia, que era incapaz, siquiera, de levantarle un pié a Joel. Entonces dije que llamaran a Damián, que es el vecino más fuerte y grande que tenemos. Y así lo hicieron. Llegó en dos segundos, con la cara entumecida, pálido, sin camisa igual que yo. No miró a nadie. Subió rápido, como si tuviera la esperanza de encontrarlo vivo. "Está muerto, está vivo comadre, muerto, no está muerto na’".

Yo nunca había visto un muerto. Por eso decidí subir. La casa estaba en sombras y en silencio. Caminé hasta el cuarto y allí estaba él. El velorio fue bien rápido. Lo velaron en el centro de la sala, entre cintas lilas y flores olorosas a color de embuste; entre vecinas, amigas y algunas primas que vinieron desde lejos.

Damián estuvo parado toda la noche en una esquina. Jamás rozó la caja ni vio al muerto en guayabera y zapatos blancos. Me miraba lento y hacía un vago intento para sonreír. Pero yo no le entendía. Yo era nuevo en silencios como aquellos. También era inexperto frente a su forma extraña de querer. Caminó hacia mí pero Doña Geña se metió en el medio. Lo abrazó entre llantos, le dio las gracias, se disculpó por someterlo al desenganche de su nieto. Un minuto después se paró frente a mi rostro, con los ojos secos, aterrorizado, sin saber cómo explicarme. Intentó decirme algo, o muchas cosas, y yo no lo dejé. Interrumpí el comienzo. Salí corriendo. No miré hacia atrás.

Joelito colgaba de un cable eléctrico alrededor del cuello, desnudo, autotajeado, en el centro de su cuarto, bañado en sangre fresca y moscas. Cuando me asomé, vi el cuerpo hombruno de Damián amarrado por los brazos a la cintura diminuta de Joel, gimiendo en solitario como un loco, embarrándose el pecho macho y su rosario con el rojo, con los ojos negros sumergidos en las aguas del dolor. Y yo allí; inmóvil, aturdido, sin entender por qué. Le interrumpí el momento y pregunté si necesitaba ayuda. Me miró como los hombres. No dudó como mi abuela o las mujeres del mundo que me vieron o me pudieron ver. Él sólo contestó que sí, "sí, por favor ayúdame", y lo ayudé. Minutos más tarde el cuerpo de Joel se desplomó sobre nosotros, como una viga, con la misma tosquedad con la que a veces caen los jamones ahumados que cuelgan detrás de la vitrina en la panadería española en la que Joelito trabajaba. Estaba frío, tieso, morado, oxidado, con las venas dibujadas en la piel. En ese instante, Damián posó los labios en su muerto y le absorbió, devolvió, el calor. No sé. Era un gesto que no había imaginado. No pude correr. Tampoco quise hacerlo. Me quedé parado frente a ellos, observándolos callar, absorbiendo la belleza y los poderes de ese beso. Entonces decidí dejarlos solos. Bajé las escaleras de prisa, con el cuerpo escurriendo rojo y con la sensación extraña de los superhéroes. Mi calzoncillo súper se estropeó, es cierto, pero adquirí el poder de amar y de besarme con los hombres.

domingo, julio 02, 2006

sábado, julio 01, 2006

El mes del santo


Santiago está en los ojos de los niños
en los cuerpos de sal negra
que se esconden entre los troncos del palmar
jugando a detonar cohetes
fuego de julio
explosiones para el santo.
Las hembras empiezan a sacar las sillas
a enterrarlas frente al bitumul
las viejas cosen los colores de los vegigantes
Sicá, Santiago Apostol, bomba
vejiga, caldo santo, loca, Leró.
Loíza arde en julio.
Huele a coco el pueblo
la playa a sardinas
a pajuil el mangle oscuro.
Santiago está en los gestos de nosotros
en los sones de nosotros
en la pelvis de nosotros.
Está en los perros realengos
que sueñan acostados en la arena de la playa
en la cadencia bailable de las palmas junto al río
en los pies de los turistas zambos que se mueven solos
en la sonrisa eterna del tocador.
árbol de corcho, mascaras, espejos
caballeros, salmorejo, olas y uvas, batá
Coambé, las faldas blancas, los jueyes, el río.
Santiago está en nosotros.
El mes del santo ya empezó.

Imagen: Xavier Valcárcel de Jesús. Santiaguito. 2006. Fotografía digital. 8" x 10".

domingo, junio 25, 2006

Canto a una mosca impúdica

ay mujer
Animalito amaestrado
zumbando por ahí
como una mosca dulce
acompañada de la peste
de la basura púbica del otro
con esa grupa seca
con esos pechos rancios
caídos de tanto labio y mano
en esta cama blanca
hacia ninguna parte va mi
lengua
hacia ninguna parte va mi
vena
hacia otro lado irán mis niños

domingo, junio 18, 2006

"Fue negligencia de ellos"

El problema no es que tengas 25 años, que ayer hayas bebido más de la cuenta por primera vez, que todo el mundo se entere de lo que hiciste, que tengas que pagar una multa altísima por conducir en un estado craso de embriaguez. El problema es que cerraste los ojos y te entregaste al sueño mientras hundías el acelerador, que atropellaste a tres ancianos que montaban su pulguero a orillas de la carretera principal, que por tecnicismos legales no vas a ir a la cárcel como deberías, que te toca acostarte en tu cama a la vez que tres familias lloran en vela mientras que otros imprimen periódicos que enseñan tu cara y señalan tu nombre, en negrillas, desde la portada.

miércoles, junio 07, 2006

Salseros


“El Viejo se despide haciendo/ un llamado a lo sagrado/ y yo,/ entre aplausos/ paso por alto/ exactamente/ cómo mi árbol genealógico/ se quedó cojo/ y por qué mis manos,/ ya tentáculos,/ fueron incapaces/ de palpar lo “folklórico”.” -Guillermo Rebollo Gil


Cheo Feliciano cantaba de fondo. No pasó ni un minuto y subió el radio de su carro, oloroso a plásticos, un poco más. Óyelo Gustavo, que ese era su amigo, eran los artistas del momento, los sex simbols de aquellos tiempos, los únicos que llenaban el Palladium de mujeres elegantes, hermosas, ataviadas de trajes largos negros, solteronas casi todas, las casadas llegaban escapadas de su hogar. Tito Rodríguez era un jodón, sabía de música, empezó a los dieciséis. Eran tiempos perfectos.

Era la primera vez que veía a mi papá en cuatro años. No había cambiado en nada. El mismo perfume, Carolina Herrera de hombre, las mismas entradas medio abiertas sobre la frente, unas cuantas canas nuevas, por fin tenía carro. Había pasado siete años cruzando inclemencias con sus dos piernas desde que se divorció de mi mamá. No fue hasta antes de ayer que compró un carro del año, como se lo merecía, azul, niquelado, con bocinas nuevas pa’ estrenarlas y cantar a to’ volumen una salsa en la espera del cambio de luz en una intersección. La salsa era lo suyo, era un cocolo de la vieja escuela, un romántico empedernido de los sones del Caribe. Tan pronto subí al auto me habló de Tito, Tito Rodríguez, ¿No lo conoces?, el hermano de Johnny, el que se casó con Tobi Kei, la corista estadounidense-japonesa. No hubo un hola, un cómo estas, un qué has hecho en este tiempo, ni un Gustavo, ya eres todo un hombre. Siempre la salsa, la maldita salsa desde chamaquito, yo escuchando salsa vieja en vez de las voces dobladas, entretenidas, de las caricaturas de Hannah Barbera. Siempre la salsa, los soneros, las orquestas, la clave y el ritmo, el baile de salón. Y yo jodido desde chiquito, sin poder ir a un maldito parque a correr bicicleta con mi pai, sin poder tener lazos con él como los que tenían mis otros amigos con los suyos, sin poder hablarle de otra cosa, sin poder poner otra canción. Yo quería que mi viejo me tratara, que me atendiera, que escuchara la música que escucho, que se preocupara por su público, su publico soy yo, su único hijo, el varoncito, el fanático que quiso verlo, al que no le dedico una función a solas en la que no sonara ni un silencio ni un corte comercial entre los bloques de música gorda transmitida por Z-93.

Cuatro años sin verlo y el hola se le redujo a un estribillo musical. No dije nada. No me dejó. Me llevó a pasear con los cristales abajo, con las bocinas vibrando, acicalado, luciendo sus cuarenta y pico de años, con su diente de oro enterrado en la encía. Cruzamos la isla en medio día y me trajo de vuelta a mi hogar. El sol duró poco. Mis ganas de verlo también. El estaba feliz, lo entiendo. Tenía un carro nuevo, bocinas gigantes, los aros brillosos, los cantantes grandes de otros tiempos a su disposición.

Pero yo estoy tranquilo. Por lo menos lo ví después de cuatro años. El carro estaba asegurado. Se metió debajo de un vagón comercial. Llamaron casi a las dos de la mañana. Mamá lloró. Te imaginé llorando cortado de vidrios, tu carro deshecho, la puerta a tu lado desmembrada a tijerazos por el equipo de rescate. Los hombres no lloran, dijiste una vez. Por eso no te lloro. Se te apagaron las luces salsero. Se te acabó la función.

martes, mayo 30, 2006

3.5.06


A Amanda le dio ahora con ser pez
con ahogarse entre las aguas de una pecera
y yo la imaginé desnuda, flotando sola,
junto a un filtro que succiona.
Sería feliz
creo
nadando en libertad
alejada de otros peces con el hambre de tenerla.
Poseerla no sería fácil
sería ingresar en un recinto acuoso
restringido
hondo;
sería un encierro cúbico,
un mundo aburrido para dos.
Y nadie quiere eso.
Los peces quieren sus cardúmenes de hembras
sueñan con corales
con diversidad.

Pero Amanda no lo sabe.
Amanda quiere ser un pez.

sábado, mayo 20, 2006

Welcome Poem (primer poema)

No soy un street poet
ni un adicto al open mic
pero escribo letras en libretas
con la afición de un chamaquito
que dibuja carros con blin blin
cada vez que una maestra
enseña la materia.
No soy poeta pero escribo poesía
por necesidad de despejarme
la garganta
por desahogo de emergencia
como escape y como medio
para hablar frente a la gente
intelectual
doctorizada en mierda.
No voy con la gramática
esquizofrénica
ni con la retórica particular
de un diccionario escrito
para
la
realeza.
Lo que se tiene que decir se dice
sin bombos ni platillos
(como dice abuela)
sin esperar la reacción de un alguien
sin la esperanza
lunática – pendeja
de una portada en Por Dentro
o una pagina (y media) en Claridad
reseñado – replegado – desplegado
como el best pop poetry prócer de los tiempos.
No hay que sonar comercial
ni dividir las líneas
pa’ que la rima caiga
o pa’ que surja una plástica visual
interesante/interesada.
No soy un chamaquito ni un Don Juan
a la hora del arte con las letras.
No tengo amigas fancy-nantes
de rizos rojos largos
que se saben narices ambulantes
que se visten de colores y collares
y que duermen con las piernas open
twenty four hours
en la cama bonitilla de algún editor
que obsequia vino añejo
en caja
pal estreno del libro que le publicó. (opps, perdón)
Yo no fumo pasto para darme el guille de los cool.
ni jangueo con un corillo posmoderno
cada tarde
en una mesa de un café europeo
entre las calles apestosas de San Juan.
Yo no tengo tatuajes
por fortalecer la imagen de escritor
rebelde- wanabí.
Tampoco tengo un manifiesto.
Si escribo es por que tengo musa
callejera – isleña
y un taco de palabras atoradas en el pecho
como un tapón.
No tengo style.
No tengo flow.
Y hasta me escondo.
No soy poeta pero escribo poesía
gorda
como la salsa vieja de papá
y soy de los que creen que la escritura
esgrafiada
no se ata
ni a los cuerpos ni a la voz
ni a la foto de revista
retocada en Photoshop
que se vende junto a un libro
para el margen del periódico
para la biografía nacional.
No soy un street poet
ni un adicto en open mic
pero escribo letras en libretas
y eso basta.

martes, mayo 16, 2006

Intermitencia

A Laura, por el semaforo ese que tiene sobre la cama.
La noche se quedó sin luz. No había luna. Tampoco luz eléctrica. Se acercó despacio y me besó. Yo no era tonto. Por eso le acepté la invitación. Sabía que esa noche la tendría entre mis piernas. Primero ella hurgando con su lengua. Siempre le dije que quería ver la vista desde su apartamento. Luego yo. Se dio anoche. Apenas la veía por el apagón. Su aliento se iba desnudando con el tiempo. Primero la viscosidad. Luego el calor. Mis manos dejaron de ser mías. Flotaban por su oscuridad. La toquetearon. Yo sé que ella quería, que amaba mis pellizcos en sus senos, que moría mientras dibujaba círculos en el centro de su pantalón. Dejó de ser. Y yo también. Nunca nos vimos. La habitación era un cajón minimalista, color negro, al estilo Donald Judd. No había gradaciones, tonalidades, ni alguna pequeña escala de algún gris. Todo era negro. Igual los besos. Me hablaba cosas pegadita a mi oído con ese calentón de un mediodía en Hato Rey. La desnudé. Me desnudó. Adivinamos. Había ganas. Nos frotamos rico. La masa de su cuerpo olía a tierra. Yo apestaba. El cuarto olía a lluvia y a humedad. Y ella estaba húmeda. Con los dedos la palpaba, me adentraba, la acercaba más a mí. La pinga me dolía. Los gatos sarnosos de la calle maullaban invadidos por el celo. La monté a la rápida. El calzoncillo a media pierna. La hundí en mí. Estaba caliente. Hervía tras el negro que cargaba. Tragamos hondo. Después vino la acción. Nos sacudimos, brincamos, martillábamos al ritmo del reloj. Luego más rápido. Sudamos. Las sabanas quisieron inundarse. Estábamos a punto de ceder. Me pellizcaba las tetillas, me mordía muy cerquita de la boca, jugábamos a hilos de saliva, mojábamos los pliegues, me abofeteó. Era una diabla. Yo siempre supe que gritaba. Y gritó. La boca de ella se debió escuchar a veinte calles más abajo. Nos desencajamos. Probó mi vena. Le di lengua. Creo que me amó. Fue la primera vez que coincidimos. Yo no era libre. Ella tampoco. Lo hacia bien. Me daba un cosquilleo delicioso. Me la comí. Se la metió. Me hundió en ella. Después vino la luz. El cuarto seguía oscuro. Nunca prendió el interruptor. El semáforo de la intersección quedaba justo frente a la ventana. Estaba intermitente. Negro y luz amarillenta. Entonces ella fue una mezcla. Fue dos mujeres a la vez sobre la cama. La negra sólo se sentía. La otra era los gestos. No pude aguantar. Aceleramos el bombeo. La gritería. Después vino el calambre y la venida. Terminamos sobre el matre. Los tres embadurnados con mis jugos pegajosos. Me dormí. Desperté de madrugada. Fumamos un poco de hierba en el balcón, viendo los carros pasar por la avenida, merodeando por la noche, aburridos. Hablamos mierda. Luego me fui. Horita pasé por su edificio. El semáforo no estaba intermitente. Amarillo. Rojo. Verde. Yo no soy tonto. Aceptaré su invitación. Tendré a las cuatro entre mis piernas.

domingo, mayo 14, 2006

Apartamentos San José #103

05.13.2006

Ayer me levantaron a la duda de saberme enfermo;
tal vez contaminado por amar
y entonces supe que era un buen momento pa’ escribir,
pa’ desahogarme
pero no pude.
Me levanté ignorando las palabras del taller
obviando la oración aquella que leí en un libro de Gutierrez.
“Pa’ escribir hay que escarbar en la propia mierda.”
Mierda, no tengo mierda pa’ escribir.
La mierda se me ha vuelto un llanto largo sin olor
doloroso
como la primera vez que amé queriendo.

Ayer me levanté a la duda de saberme enfermo.
Hoy puedo escribir aunque no mucho.
Mañana iré al doctor.
Tal vez escriba.
Despues de la noticia cagaré.

domingo, mayo 07, 2006

viernes, mayo 05, 2006

Abuela

Hace ya un mes que a mi abuela le nacieron telas en los ojos
y su mirada asimétrica – negra
se nubló de azul.
Pasó algún tiempo hurgándose la vista
y otro tiempo más
devolviéndonos despojos lagañosos.
A ella nunca le dijeron
que su casita vieja
en una de las calles de Aguirre
se volvería un cuarto sin luz.
No le avisaron para que pudiera adorar
por última vez
el esplendor en blanco y negro
del retrato santo
pomposo – mohoso
oloroso a hongos
de abuelo
ni la foto esa gigante del 96’
de la familia entera
sonriendo a su lado sin querer.
Un día amaneció sin ver.
Y ya.
Pero ver es lo de menos
(dice abuela)
Lo peor fue no poder memorizar
no saber la diferencia táctil perfecta
entre las trinitarias blancas y las rojas
que tanto cultivó
que han crecido choretas en los jardines de la casa
y que ahora le parecen hojas secas
ordinarias
sin color.
No pudo ver el rostro lloroso
avejentado y sincero
de Consuelo
(su hermana única menor)
que vino antier
después de cuarenta y dos años de espera.
Abuela no hizo mueca.
No se paró.
Ya no se para del sillón arcaico
con colores a otros tiempos
oloroso al perfume de la visita aquella
de Muñoz.
Ahora se la pasa mirando sin poder
desde el balcón
hacia la línea divisoria
la línea de agua que otros llaman horizonte.
Pero es mejor.
Está tranquila.
Ya no verá jamás
en los ojos de mi abuelo
las cien mil mujeres que la hicieron infeliz
que la hicieron compartirlo.
Abuela no me peleará más nunca
cada vez que vaya a verla.
No armará el escándalo podrido
de linaje y de generación
cuando me agarre de manos a una negra
y la presente como mi próxima mujer.
Abuela no ha podido ver esos celajes
con nombre
que le daban tantas ganas de mudarse
y de comprarse casas
veinte calles mas abajo.
Ya no podrá usar el Toyo rojo
para fastidiar con un cuchillo a mi mamá
por que quiso hacer su vida lejos.
Ya no podrá gritarle a Luís
(mi primo mantenido)
cada vez que cruce maquillado
con peluca rubia y tacos altos
desde su cuarto lila oloroso a pacholí
hasta la puerta de salida en la cocina.
Ya no lo hará por que no puede.
Abuela amaneció un día ciega y ya.
Acá creemos que es mejor.
Abuela está tranquila.
Ver ya no es lo mismo que joder.

jueves, mayo 04, 2006

De castillos y princesas

(Mi primer cuento, 2001)

Desde que su hija, es decir, mi mujer, desapareció de la casa, del mundo y de nuestras vidas, no hubo nadie mejor que sustituyera la figura de la madre como la abuela. Pero la abuela Rómela murió de hielos en el corazón meses después y me quedé con el peso de mis dos hijas encima. Y no es que representen una carga para mí, pero mientras ambas mujeres vivieron, madre e hija respectivamente, jamás me permitieron, a pesar de que vivimos bajo el mismo techo oxidado, acercarme a mis dos gotas de sangre como todo padre desearía. Cuando murió la señora de canas amarillas hice todo lo posible por recobrar tantos años sin actos. Convertí, entonces, el rancho de madera y zinc en un castillo con almenas y torretas. Impregné con rosa viejo las maderas que rodean el ventanal de vidrios miopes de la sala, espolvoreé los lujos de la infancia, poblé el palacio con muñecas y los rizos negros de mis niñas descubrieron por primera vez el sol. Son preciosas. Tienen el color de la canela y los ojitos bañados de una noche de estrellas. Sus cuerpos son pequeños; quizás por tantos años de encierro. Igualmente, sus huesitos buscan florecer fuera del cuerpo. Pero hay un detalle. Hay un misterio que las distancia como hermanas y me siento, hoy, incapaz de obrar por ello.

Camila cumplirá pronto sus doce. Es mayor que Adriana por tres años y no sé si es por la etapa, pero todo le molesta. Sólo creo que no está conforme con mi presencia. Y puedo entenderlo; pero no entiendo la actitud con la chiquita. Todo empezó el día en que pudimos sonreír los tres. Desde ese día comenzaron a desaparecer nuestras pertenencias. Un día mis camisas grises y mis libros de autoayuda. Otro día desaparecieron las almohadas de Adriana, su peluche ciego y la sombrilla transparente. Otro día desapareció el vestido favorito de Camila, su flor de tela color rojo y sus tres muñecas negras. Todo ocurrió de forma esporádica, pero las pertenencias de Camila, la mayor, comenzaron a fugarse con mas regularidad que las de nosotros. Un día desaparecían sus crayones violeta, otro sus zapatos de charol y luego el cepillo y los colores con los que jugaba a retocarse frente al espejo. Nunca me lo decía pero yo me daba cuenta. Los padres somos así. Yo siempre buscaba por todos los rincones del palacio pero nunca encontraba ni los objetos ni una pista. Recuerdo que visité a mi vecina más próxima, una mujer regordeta que solía gritar con su voz varonil a su hijita traviesa. Muchas veces pensé que esa niña podía fantasear con los tesoros de nuestro palacio y de mis princesas. Por eso las visité. Pero por más que mis ojos corrieron por aquel lugar destartalado, no encontré absolutamente nada.

Una tarde, cuando el interior de nuestra casa dormía bajo los colores naranja del atardecer, Camila me lo dijo todo. Con sus doce años en la cara y con los ojos poseídos por una rebeldía infrecuente, me dijo que el perfume que había heredado de su madre, desapareció. Por vez primera la escuche maldecir la situación y la miré a los ojos mientras culpaba a su hermanita. Yo no estaba protegiendo a la chiquita pero sabía, en lo más profundo de mi corazón, que ella no había sido. Intenté calmarla con las palabras novatas de un papá inexperto; y no pude. Al final de la conversación sólo pude decirle lo que todo el mundo dice. “En las casas hay un agujero donde todo va a parar. Siempre pasa lo mismo. Cuando uno busca las cosas, nunca las encuentra. Pero esa es la explicación. Todo cae en ese hoyo. Cuando ese hoyo aparezca encontraremos cosas que no hemos imaginado. Todo lo que se ha perdido en esta casa, está allí.” Intenté no preocuparla pero sólo contestó, tras una mirada, con una media vuelta y se internó en una de las torres, quizás a llorar. Y yo lloré también. Lloré por el mal padre que soy y por lo inútil de mi consuelo. En aquel momento entró Adriana junto al último rayo de sol, iluminada por su inocencia, me secó las lagrimas con las flores de sus dedos y me abrazó.
Luego de algunos meses, ya habíamos olvidado el incidente pero seguían desapareciendo cosas. Camila nunca me creyó. Pero hoy ha sucedido algo terrible aquí en la casa. Hace una semana, Adriana, mi chiquita, desapareció sin dejarnos algún rastro. Basta con decir que he llorado sin parar. Desde ese día, el sol no ha entrado nuevamente por las ventanas de la sala y afuera sólo juegan nubes grises, quizás acompañándome en mi tristeza o quizás burlándose de mí. Y es que mi chiquita fue la última de nuestras pertenencias que desapareció. Camila, mi grandota, solo atinó a decirme que quizás su hermana, también, había parado en el famoso hoyo. Y lo confieso, fue lo más que me dolió. Sentí su rebeldía apuñalándome la cara, pero la entendí. Luego me dijo que no podía dormir y pensando en la soledad que teníamos los dos en casa, le dije que durmiera conmigo o que durmiera en el cuarto de su hermana. Y obviamente optó por lo segundo.
He pasado una semana rebuscando esquinas e intentando agarrar el sueño. Pero hoy, después de siete días, buscando a Camila y temiendo que también desapareciera, me encaminé hasta su torre y al abrir la puerta se escapó la inocencia sin querer. Allí comprendí que mi Camila también era inocente, sólo que jamás me había dado cuenta. Mi hija, que no había abierto su cuarto en una semana, ahora estaba tirada junto a su cama, en aquel piso de maderas marmoleadas. A un lado mi Adriana, vestida igual que la ultima vez, podrida y con muñecas que abrazaban moscas en su estomago. Los ojitos de mi niña ahora estaban perdidos en un gris como las nubes de afuera y mi Camila me miraba a su lado, junto a la pala, desde un agujero entre las tablas donde vivían mil objetos. Allí estaban por fin los descuidos de los tres; todos reunidos esperando nuestra vista. Divisé entre las cosas, la sombrilla transparente y mis libros de autoayuda. También la vi a ella, con sus zapatos de charol, vomitando lágrimas por miedo. Allí, sobre nosotros, el castillo de almenas y torretas se desplomó. Pero allí estábamos los tres junto a las cosas que un día perdimos. Ya nada se perderá en la casa. Ahora todo está en su sitio. Todo menos ella. Todo menos yo.

sábado, abril 29, 2006

(T)-habitan-(t)


T)-habitan-(t) busca generalizar la imágen de los pobladores terrestres, de alguna forma dar cuenta de que todos somos un hábitat que puede ser y es habitado y de igual manera habitamos un hábitat donde nos habituamos y tenemos hábitos. Tampoco podemos perder de vista que nuestro hábitat habita a otro en el cual pueden haber más hábitats. Se busca desexualizar al habitante y hacerlo una imágen con la cual todo ser viviente se pueda identificar; sí, todos.

Quizás sea un objetivo demasiado ambicioso, pero todos tenemos nuestras utopías. Quizás si nos miramos como habitantes diversos las cosas serían más sencillas. Es difícil de explicar, porque se intenta hacer abstracta la imagen del humano.

Finalmente, lo mejor que define este trabajo es la palabra quizás, porque quizás es una invitación a la aventura; es una invitación a que el habitante viaje y se convierta en viajer@.

jueves, abril 27, 2006

Mer [2]

Hubiera querido quererte como quisiste alguna vez pero no pude. Tanto querer y se jodió. Te me volviste arena. Y te escurriste entre mis dedos para no volver jamás. Al perderte no me tengo. Sólo mantengo el gran recuerdo de que nunca fui. Nosotros es pasado. Pasado es lo que sueño. Sueño que existo y que no soy. Quiero ser tú. Tú no te dividiste en dos. Yo sí. Yo sé mentir. Y miento. Miento por que sueño que un nosotros sigue allí. Sueño también que el tiempo es nuestro y que me amas. Sueño tus bocas recorrerme el cuerpo y que al volverte mar me abrazas. Otras veces me confundo y sueño que la ola de otro cuerpo se parece a ti. Y es cierto. Busco, entre sus piernas, abrazarte. Pero ya no puedo. Te me fuiste. Te me vas. No estas. Tampoco estoy. Hubiera querido abrazarte hondo pero no pude. La marea de otro mar me ahogó.