lunes, noviembre 27, 2006

confieso

no entiendo mucho de distancias
tampoco entiendo por qué esta cercanía nos aleja
por qué se empeña nuestro espejo en señalarnos polos
si cuando coincidimos el verano vuelve
y la carne arde
y el calor es tanto que las bocas se evaporan
tanto
como si fueran de agua nuestros labios
como si la saliva fuera el fuego de una estufa de propano
que prende y apaga con el roce de los dedos
que puede resultar tan peligrosa y tan letal
como el invierno mismo.

yo no sé de geografía, ni de cartografía
mucho menos de la climatología
aunque a veces peco de saber de grados fahrenheit
y grados celcios
en el centro del cuerpo del cuerpo de los dos
que a veces nos explota
cuando los árboles nacidos en los poros
ya se han convertido en un paisaje en copos
la espuma de mis playas en glaciares (irreales por aquí)
(de documental)
y las sínsoras de los abrazos se han forrado
de un encaje crudo de neblina y nubes grises detenidas
ignorando el dedo índice de las veletas.

yo no sé cual es el tiempo de las estaciones dentro desta habitación
ni como se coordinan los relojes de nosotros
pero sé
porque el reflejo de ese espejo en el techo habla
que los huesos deste cuerpo duelen
cada vez que hay frentes fríos
que el invierno nos empuja a congelarnos
que nos tira hielo en la mirada
cada vez que descubrimos
que violamos los parámetros de la familia
el perfecto páramo de toda sociedad futura
con esta pasión oscura de turbio callejón

por eso yo prefiero el ardor de los veranos
aunque sea siempre tan fugaz
aunque siempre nos quememos con el fuego (carno)
o con la hornilla de la estufa
que aunque es letal como el invierno
te confieso
al menos, se disfruta.

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