jueves, marzo 26, 2015

Poesía de viernes social (Foto-crónica)

Texto y fotografías: Xavier Valcárcel

Nos detuvimos a media bajada de la Calle San Justo hacia la Norzagaray. En frente, la vieja muralla. Más allá, la postal del mar abierto, bajo paños de nubes grises flotando entre un anaranjado y un lavanda atardeciendo. La pausa para la contemplación fue necesaria. Minutos antes habíamos saltado del carro, tras haber perdido casi hora y media atravesando el área metropolitana en dirección al Viejo San Juan, entre atolladeros, intersecciones atestadas y bocinazos típicos de final de la tarde del viernes. Entonces, atrapado en el interior del carro, con los radioescuchas de fondo gritando sus planes para la noche y el fin de semana largo, me cuestioné el por qué una lectura de poesía un viernes, a las seis, en La Perla; por qué insistía yo en la misión de llegar. Pero el mar ya estaba en frente, el brillo del sol cedía de a poco, y todo empezaba a relajarse. Respiré. Bajamos la cuesta, cruzamos la calle, nos sumamos a la caminata de un grupo de asiáticos en la acera y nos desviamos por la grama, cosa de bajar al barrio por las escaleras junto a la garita. Allí otros asiáticos, creo que chinos, sonreían para una Selfie. Me dio risa al verlos y saqué el celular, pero no los incluí en la foto.


Tan pronto llegamos abajo, los ruidos de la calle arriba, incluidas las imágenes de toda la ciudad y la ansiedad de la semana, se apagaron. Un segundo después, un chico cargando una chiringa, de evidente confección casera, nos pasó por el lado en dirección contraria. Fue el primer encuentro con la comunidad. Yo había llegado a San Juan con Félix. Luego nos encontramos con Nicole y con Javier. Félix nunca había entrado a La Perla, así que no se resistió. Caminamos, pues, en dirección a la puerta de la barriada mientras mirábamos los colores de las casas, los óxidos de la corrosión, los interiores, las ventanas, los balcones. No importa cuántas veces hayas bajado a La Perla, siempre se tiene una impresión primeriza frente a su teoría del color, al asomo del mar entre sus callejones y rendijas. Más allá los muchachos de la esquina nos salieron al paso ofreciéndonos todo. Las barras abiertas a la izquierda. A la derecha, pasos después, una señora sentada en el lindero entre la calle y su puerta rodeada de un jardín de verdes. Nicole le piropeó las plantas y ella agradeció.
 
Andábamos buscando el lugar de la lectura a la que había convocado el Festival Internacional de la Poesía en Puerto Rico, en su séptima edición. No obstante nos equivocamos. No había nada en donde creímos sería el evento, por lo que nos tocó caminar un poco más y preguntar. La muchacha estaba sentada sobre un muro, rodeada de botellas de cerveza, con un gato en la falda. Las botellas no eran sino escenografía, igual las ampollas de la pintura de la pared tras ella, efecto de la humedad y del embate del salitre. Sonreída y muy gentil nos dijo que bajáramos un poco más, en dirección a la cancha, que nos encontraríamos rápido con la lectura y con la gente de frente.
 
Bajamos. Tres señores bebían y reían en el interior de un taller de mecánica improvisado a la izquierda. La luz sobre ellos y el resto de las cosas se había tornado amarillenta y tuve que voltear. Tuve que mirarlo todo otra vez, con la certeza de que cada minuto es una luz distinta. Obviamente me quedé atrás tratando de capturar la panorámica. Cuando avancé hasta donde ellos, divisé la tarima, cubierta de publicidad ajena. En frente de ella, la calle limpia. Solo un poeta leyendo algo acerca de la soledad y los pájaros. Frente a él, entre los carros, sobre una veintena de personas en pie escuchaba atentamente. Era el costarricense Carlos Villalobos.


Rebasamos un kiosko donde un señor nos ofreció frituras hechas al momento, refrescos, agua. Agradecimos y de inmediato nos dispersamos para saludar. Tan pronto encontré un buen sitio desde dónde ver nítidamente, volví a mirar en torno con cierta distracción. Una pareja de niños corriendo bicicletas entre nosotros. Un perro. El tránsito de los vecinos entre el poeta y el público. Luego la interrupción de la lectura para que un carro pudiera seguir su camino.
 
Luego leyó Nicole y la gran poeta cubana Lina de Feria. Le siguieron varios poetas más. Entre tanto  la brisa se fue cargando de imágenes en las que el mar, los oleajes, la soledad y los pájaros se volvieron constantes, aunque fueron constantes también las irrupciones del flujo cotidiano de la comunidad.


 
 

Javier se fue. A Félix lo perdí de vista por momentos, pero cuando volvía a mirar estaba en esquinas distintas escuchando. Nicole, en cambio, se sentó junto a los otros en la calle a conversar con Lina, jugo en mano. Pero pronto la corriente de agua con lavaza, de un vecino lavando un carro calle arriba, llegó hasta donde todos. Luego las turbinas de un helicóptero callaron un poema. Por suerte los presentes llegamos para escuchar, así que lo demás no atentó en contra de la actividad. De hecho, que la comunidad continuara su ritmo en preparativos para la noche, fue motivo de embelesamiento y sonrisas. En conjunto, sirvió lo uno y lo otro para atestiguar, con sendas gradaciones de luz y realidad, qué cosa es la poesía.


 
 
Era viernes social. No era necesariamente el día ni la hora ideal para una lectura de esas, pero a la misma vez sí. Por ello también era viernes de lavar el carro, de correr bicicleta, de beber y fumar, de helicóptero sobre los techos de las casas, de entrar y salir a la barriada, de bachata y reggaetón y salsa entre los versos.
 
La lectura continuó su curso. El público complementó con cervezas y alguna que otra fritanga. Pronto le tocó el turno a la poeta puertorriqueña Mayda Colón, y luego al hondureño Fabricio Estrada. Con él, sin embargo, se detuvo la lectura largamente. Era viernes en tiempo de cuaresma, así que los feligreses católicos de la comunidad peregrinaron calle arriba con sus oraciones en alta voz hasta alcanzarnos, con mesa plegadiza, mantilla, vela, la imagen de Jesús y de un santo que no logré distinguir. Cuando nos permitieron continuar, avanzó a cerrar la lectura la panameña Valentina de Souza, quien nos regresó al oleaje con un poema que logró que los presentes coreáramos con una tonada que parecía contener en sí misma todos los cantos de los pueblos negros de la cuenca de nuestro Mar Caribe.
 
La verdad, fueron pocos los vecinos detenidos ante esta cita de la poesía. Aún no tengo respuestas acerca del por qué un viernes social, a las seis, en La Perla. Pero no hay que ser severo con eso. Siquiera importa ya. Acabando de escribir esto, creo que todo se trató de una invitación para asistir a la belleza. Belleza todopoderosa, sin dudas, de un viernes social.

viernes, enero 24, 2014

Día de vuelo

.
Ayer fue dulce
la luz conmigo estuvo adentro de la casa
hasta su ida involuntaria
arrastrándose por las paredes

Día de las raíces además
razón de tierra en las dos manos
razón de semillas de parcha y agua
de soledad mirando lo que traen al patio los pájaros del tiempo
...............el futuro que ha venido a sembrar con su pico el inriri
...............en el árbol desaparecido
...............la lección de tres cotorras paradas en la verja
...............la azucarada ráfaga del verde zumbador
...............tras robarle a las flores sus jugos soleados

Pero hoy no
Hoy sólo friego trastes de espalda a las ventanas abiertas
Afuera la calle aburrida y los vecinos
mirándome quizás
desde el tedio sancochante de nada que celebrar
Día rancio este
número en el calendario hinchado de calor y de lavazas

Pero mañana, en cambio
me iré de aquí
Celebraré mi ida con la luz
aunque amanezca encancaranublado
y llueva polvo del Sahara
sobre las claridades de este invierno falso

Ya lo alertaron
Estrategia para calmar ante el desastre
anunciar las inminencias
esperar el día por la promesa de su acontecimiento

Por eso me alerto

Me iré mañana
.
.

martes, julio 16, 2013

Versos puertorriqueños en Vientos alisios




Ya están están circulando en la Ciudad de México, y tal vez más allá, los 1000 ejemplares gratuitos del más reciente número de la Revista Punto de partida (Número 179, mayo-junio 2013); publicación bimestral editada por la Dirección de Literatura de la Coordinación de Difusión Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México. 

El mismo, contiene en sus adentros una interesantísima muestra de poesía puertorriqueña actual que reune poemas publicados (o escritos, ya que incluye inéditos) entre 2001 y 2013 de once autores puertorriqueños: Kattia Chico, José Raúl González “Gallego”, Emanuel Bravo, Urayoán Noel, Chloé Georas, José Miguel Curet, Guillermo Rebollo Gil, Xavier Valcárcel, Rubén Ramos, Yara Liceaga­Rojas y Margarita Pintado; la mayoría nacidos en los años setenta, algunos en los sesenta y los ochenta. Además, cuenta con dos poemas de Manuel Ramos Otero (1948-1990), que inician la poesía a modo de Árbol genealógico. 

La compilación, que lleva por título “Vientos alisios”, fragmento de un verso, precisamente, de Ramos Otero, estuvo a cargo de las poetas Mara Pastor y Nicole Cecicilia Delgado y se complementa con exquisitos collages a cargo de la ilustradora puertorriqueña Lorraine Rodríguez Pagán.

En palabras de Pastor y Delgado, Vientos alisios “No es una antología exhaustiva y, tal vez, tampoco es representativa de la abundante producción literaria que por fortuna ha visto la isla en tiempos recientes. Pero esperamos que sirva para levantar curiosidad o sospecha sobre las voces germinales y actuales de la poesía puertorriqueña". Esto, partiendo de la premisa de que es poco lo que se conoce acerca de la literatura puertorriqueña. No obstante, añaden, “Hoy más que nunca la poesía puertorriqueña explora formas novedosas en las que el lenguaje desorienta los discursos de dominación. En el comienzo de la era desde la isla­experimento militar, gastada colonia del imperio, prisión simbólica de adictos, la poesía es un campo de batalla o un mercado global, porosa como cualquier frontera”. En ese sentido, la muestra reúne “a voces provocadoras que desorientan lo familiar al establecer otras genealogías de disidencia y riesgo”, por lo que los poemas “dan cuenta de los multiples flujos de la comunidad puertorriqueña así como de la extensión de sus terrenos de lucha”.

Los ejemplares impresos tal vez no lleguen a nuestras manos. Pero Vientos alisiós está disponible en formato digital. Para leer la muestra,  sólo presione AQUÍ.  



A propósito de Restos de lumbre y despedida

Por Nelson Ricart-Guerrero


Nací en la isla de al lado 32 años antes que Xavier. Conocí las ilusiones de creer en un mundo mejor, cuando este se dividía en dos bloques y cada uno de ellos representaba la opción ideal según desde donde la viviésemos. Como latinoamericano me indignaba la injusticia y el imperialismo. 

Aún me indignan, pero en aquel tiempo sólo los veía desde donde me tocaba vivirlos. Acepté el endiosamiento de líderes mesiánicos y carismáticos sin querer reconocer que la sola idea del Caudillo libertador es una de las más grandes aberraciones de los romances nacionales. En los 70 denunciamos el consumerismo y sufrimos del aislamiento y vacío cultural ligados a nuestra insularidad. En ese tiempo, Casa de las Américas reinaba como faro en un continente ahogado por dictaduras sangrientas y nos nutría haciéndonos pensar que nuestros pueblos eran uno…

Muchos dejamos el barco y nos fuimos a Europa con los ojos abiertos en busca de otros aires . Luego cayó el muro y llegó el desencanto. Quisimos escuchar otras voces y asumir otras heridas…

Muchos, muchos años después conocí Anzuelos y carnadas de Xavier Valcárcel  y Ángel Antonio Ruiz Laboy … quedé embelesado. Luego tuve entre mis manos Palo de lluvia de Xavier. En ambos casos, aun considerando el lenguaje como sujeto principal de lo escrito, la manera de tratar lo orgánico no se inscribía directamente en la tradición regional barroca de nuestra literatura Caribeña hispanohablante. Reconocí  entonces, en ese rehacer del lenguaje, una contemporaneidad y un soplo saludables. Otra manera de reorganizar el caos, la suya.

Xavier Valcárcel nos  inicia a su texto con dos citaciones esenciales. La primera se refiere a La poesía piensa de Yvan Silén y la segunda a Donde de Eduardo Lalo. Relaciona de entrada el acontecer, los aconteceres como un todo con  la comprehensión del fragmento y su valor fractual. En su epílogo retoma estas citaciones haciéndolas ya enteramente suyas a partir de la experiencia vital y literaria que nos propone y en la que nos implica de manera consciente pues al leerle leemos el mundo que compartimos, un mundo donde los flujos numéricos  sustituyen la reflexión sobre lo que vivimos y lo que somos.  Así los restos de lumbre y despedida son también los nuestros, poco importa en qué lugar del mundo nos encontremos ni la edad que tengamos. Cada página escrita es un grito universal y comprehensible para los que nos interesamos a las cuestiones esenciales del ser en este mundo globalizado que nos ha tocado vivir.   

Así en la exégesis del texto me he detenido en ideas y fragmentos, en restos que me han interpelado particularmente y cuya interpretación a sabiendas personal sobrepasan quizá el pensamiento del autor. Diría que en esta posibilidad reside la belleza y la universalidad de sus propósitos.

-Cuando nos habla de miedo (folio1) pienso en la proyección o la sombra, en  la duplicidad o el encuentro con ese que soy y que he sido:
"Nada queda conmigo. Nada distinto es posible hacer donde se es duplicidad, esa vuelta de carnero, ciclo otra vez, la imagen perseguida de un nosotros viejo…Sospecho es por eso que yo también saludo al miedo."

-La casa (folio 11 que inicia el texto), como matriz en su quietud, unidad de la lengua que se escribe, grafema: "…pero sólo la casa exhala sentada en la posición del loto, de siempre quieta, rendida ya, de ser otra vez grafema"

-La luz que desvela el misterio (folio12): "en las losas del piso, faltas de exploración, pese a tanto sedimento de privacidad mapeada…"

Así la luz es aquí metáfora del saber pero de un saber profano y doloroso que sólo puede trascender con la experiencia alucinatoria que nos distancia de lo que asimilamos a lo real. Es también el sol que nos arde las pupilas dilatadas cuando arrebatados nos vamos por los caminos del no estar: "Nos hemos drogado tanto últimamente que no recuerdo el tiempo" (folio 35).

Luz igualmente trascendente cuando nos sirve como soporte de la reflexión, como toma de consciencia que comunicamos. La luz del texto que hacemos nuestro al sentirnos compartir la experiencia tanto individual como política y social: "Soy…paisaje en la luz por quemarse" (folio 40) o bien "…ese todo que existe frente a la luminosidad" (folio 4)

El poeta junta cigarros dispersos, recibos, poemas…(folio4),  como hace inventario (folios 17, 30, 39 y 42) tanto del legado cultural recibido como de lo que llama la infoxicación (Lumbre P. 89), esa opresión que genera la abundancia de imágenes estereotipadas y su desmultiplicación por las industrias culturales frente a las cuales el vivir es lo que está en juego (Antoine d´Agata). Y así como toda una generación vibró en una ola de nostalgia con "Me acuerdo" (Georges Perec 1978), igual he vibrado al reconocerme en el asentamiento de datos propuestos por Xavier, restos de la contemporaneidad que compartimos convirtiéndonos en un nosotros (folios 26, 36, 37). Pero…¿Quiénes somos nosotros? ¿Cuál de las cifras del folio 37 nos correspondería como camaradas, acólitos, ciudadanos o simplemente como seres deseantes? En todas las opciones (folio 36) "¿Nosotros existe o no existe?"

Tipificando su soledad, el poeta nos lleva a la nuestra e identificándonos nos situamos de nuevo en el nosotros:  "Ando entre los y las y los, aquí no hay nada diferente" (folio 20). Pero el nosotros es un espacio vasto (folio 26) y paradójicamente íntimo en el que podríamos estar y no estar, el espacio mental y palpable de Xavier : (folio 26) "Nosotros los satos, los OCNI, los queers…", en su fuerza intemporal como lo sería la lectura de un conjunto de escritos de Rimbaud (Oeuvres Complètes, Bibliothèque de la Pléiade, nrf, Ed. Gallimard 1972).

Tendría mucho más que decir sobre esta obra que el autor presenta como "una propuesta en reacción (no como un hacha de piedra) a la producción literaria y artística contemporánea de y en mi país" (Lumbre, P.89), pero he de dejarle al lector el placer de sus relieves y matices, el espacio de un nosotros posible…

En lo que se refiere a la luz, si Xavier el Poeta es y está,  si sus palabras, sus cifras y sus versos son fulguraciones, he de preguntarme como Yo y no como nosotros donde procurarme los restos de la despedida.

Para terminar, le dedico a posteriori este poema a Xavier: "Saltabas sobre los lugares comunes. El espacio era el mismo, amplio y transparente, amplio y turbio. En la noche, una pena hace vibrar las estrellas. Tu cuerpo brilla. El espacio es el mismo" (In Sólo quedan las palabras, P.56, Isla Negra Editores 2009).

miércoles, junio 05, 2013

12:38 p.m.


En cualquier punto de la aguja un día
abres los ojos
miras los huesos del amor enroscados aún en torno tuyo
y crees, entre la claridad que carga el polvo 
y los espejos,
que eres único;
sueltas las manos por su espalda, entre los pliegues
tocas 
y respiras suave en la certeza de la calma.

Estás bien, te dices.

Te miras entre adulto y tornasol
buscas la boca del amor, te tardas en su axila
como si no importara nada.

Y nada importa realmente, a fin de cuentas
estás tú y él sobre una cama al pie de un ventanal
en un rincón del globo.
Eso basta.

Para luego grabas la imagen y su olor
la ruta del sudor, la ternura refugiada de las barbas
hasta que luego es otro punto de la aguja
cualquier día
y la imagen que grabaste te regresa.

Entonces reconoces que ese amor ha dependido de esa cama
que la ternura refugiada de las barbas es la moda
que los pliegues que tocaste no son tuyos
y que debes a unos huesos la mentira de creerte.

Tratas de decirte que estás bien, pero no puedes.
Escribes una y otra vez el mismo verso.
Supones que es cuestión del día y de la falta.
Te convences fácilmente otra vez y piensas
en dormir, en que amanezca y vuelvas
a mirar junto a tus dedos
en otro punto de la aguja, otro día
una imagen del amor que te convenga.

lunes, mayo 13, 2013

Soñar en deseo: Una mirada a Yo soy el Leife, el pájaro malo




Los sueños, según el psicoanálisis, son el resultado de nuestra propia actividad anímica,  representada o manifestada a través de imágenes visuales y sonidos que acontecen en el estado de profunda relajación fisiológica llamado sueño. Los mismos, proyectados desde el universo simbólico, muestran interrelaciones comunes y no comunes que reflejan algún aspecto del inconsciente o de la vida.  No obstante, según el Surrealismo, esa vanguardia artística de principios del siglo XX que tomó como base el psicoanálisis para sus aproximaciones al mundo onírico, aunque en particular la obra La interpretación de los sueños (1900) de Sigmund Freud, los sueños pertenecen a un plano diferente, alterno y superior, donde la libertad reina. Por ello, los surrealistas reivindicaron el sueño, junto a la escritura automática, como una de las vías fundamentales de la liberación de la psique, la fuerza vital del alma humana.

Comparto aquí ambas acepciones del término pensando que sirven muy bien para enmarcar un comentario acerca de Soy el Leife, el pájaro malo, el más reciente poemario de Nelson Ricart-Guerrero, publicado bajo el sello de Erizo Editorial. Esto, tomando como punto de partida que el espacio de la poesía en esta propuesta, que en palabras de su autor sirve también como una pequeña obra de teatro, es el de los sueños, ese espacio surreal, onírico, de encuentros, donde se da lo imposible en el lindero de la realidad y la fantasía. Sin embargo, no es este poemario acerca de los sueños. En todo caso se centra esta propuesta en un sueño: el sueño del deseo, que mirado psicoanalíticamente podría tratarse del deseo en sí.

De esta forma, Ricart-Guerrero nos presenta una exploración poético-onírica-teatral en la que se enfoca en el deseo, pero en el deseo como búsqueda. “¿Qué te puedo ofrecer yo, que ando/ buscando?”(p.27). Esta pregunta, que es también una estrofa, tal vez resume la intención fundante de la propuesta poética, o su conflicto.

El Leife es un hablante lírico que, desde un estado carencial, ha emprendido una búsqueda a fin de resolver su carencia. Sabe el lector, a través de la lectura, que lo que busca, o lo que desea, es el amor, o al menos una mirada amorosa o un abrazo. No obstante, -esta propuesta es deliciosamente homoerótica- el Leife precisa de otro a través del cual lograrlo. Así, amor y amante, se configuran como objetos de deseo. El conflicto, sin embargo, radica en su consecución. Ante esto, el sueño y el transformismo aparecen como estrategias para el logro.

El sueño es el espacio donde el pájaro malo, buscador del amor, deseante, se transforma una y otra vez a conveniencia del otro, o del deseo, a fin de convertirse en el amado.  Igual, y a juzgar por la constante voz en primera persona, también se trasforma en ese otro. El transformismo es, pues, pensando aquí en el ritual performativo de transformación de la realidad a través del cual se hace posible transitar de una identidad a otra mediante la caracterización, la artimaña, el señuelo, la añagaza.

“Soy el leife, el pájaro malo
el que sabe volar” (p. 14)

“Soy partículas y polvo, carne de éter
canto de aves con plumajes de múltiples
colores, y mujer con senos grandes
También soy hombre de pelo en pecho
y pene conquistador

Puedo ser agujero, caverna, lugares
de goce, lecho de majagua y canto
de sirenas nostálgicas” (p.15)

“Me transformo en materia, soy lo que
tú quieras… desde árbol frondoso, hasta
cuerpo convertido en altar…

Estoy en todas partes.” (p.16)

De hecho, el texto de la contraportada, a continuación, da cuenta, con cierta martingala, es decir, con artificio o astucia para la trampa, de un proceso de transformismo, digamos semántico, que no sólo ha dado pie al título del libro, sino que uno asume debió haber servido para la escritura de esta propuesta poética-teatral, así como para la caracterización del personaje poetizado.

“La utilización del nombre Leife, tiene su origen en la palabra Loefa´ah, que transcrito fonéticamente del árabe hablado en el Magreb, designa a las serpientes venenosas. Por eufonía, el autor ha transformado esta palabra en Leife. En la tradición nórdica, Leife existe como nombre y se refiere al -descendiente, al amado heredero-.

En la iconografía cristiana se suele representar al Diablo como un ángel caído cuyo cuerpo recuerda el de una serpiente con alas. En República Dominicana la expresión “pájaro malo” designa tanto al demonio como a las culebras y serpientes. Apocopando el término, se designa a estos reptiles con el nombre de “pájaro”, que es también una manera popular de llamar al homosexual.”

En ese sentido, el Leife, el pájaro malo, es ficción y realidad, es deseo y es carencia, es hombre, pájaro y mujer, es malo y bueno, es un diablo, una serpiente emplumada venenosa y es un ángel; es todo al mismo tiempo y sucesivamente, un ser o una psique que busca y espera y busca “como un niño con hambre” (p.19-20) ser el amado nuevamente. Y digo nuevamente, porque a lo largo del poemario de 54 páginas, hay una evidente conciencia y una sapiencia vieja del amor manifestándose. Incluso la seducción o el transformismo parecen ser estrategias para el regreso a algo, para el olvido de algo, para librar la culpa de algo. Pero el sueño en el poemario es un espacio de misterio y confusión. Los objetos de deseo, el amor y el otro deseado, son nuevos y no. Eso, aunque uno sospeche que este libro encierra una historia de amor.

“En este sueño estamos
Aquí nos encontramos para amarnos
sin tiempo, en un derroche de cantos
y cenizas de fuegos antiguos” (p.23)

“Soñar que duermo y que soñamos, soñar
que contigo me despierto, soñar que en el
mundo misterioso que soñamos, con nuestros
cuerpos se visten nuestras almas, para rehacer
en el sueño lo que en vida desde hace tantos
años compartimos” (p.19)

“Aquí estoy abriéndome de brazos para
recibirte entre mis huecos y arroparte
con mi aliento tibio que se convertirá
en bruma sobre tu piel resbaladiza
como mis ansias, mis culpas y mis
manos que untarían de placeres tus
relieves, olvidándome del mundo que nos ata
y nos empuja uno contra otro
para que nos amemos” (p.24)

“Si aceptas que te abrace sentirás mi
corazón contra tu pecho, seremos
compañeros de ruta y olvidaremos
aquellos nidos de la soledad que han
preparado este encuentro” p.31

Sin embargo, el encuentro adentro del sueño es simulacro. “El simulacro es rito que nos abre portales infinitos”, dice la Voz (p.45).

Con respecto a la Voz, no quiero que pase por desapercibido, que además del Leife y el otro, en el sueño hay una Voz, también lírica pero consciente, que sirve como voz de la conciencia, como guía, narradora y testigo. Tal como dice en la contraportada del libro, “la Voz que se escucha puntualiza el entorno guiando las palabras por el juego de la seducción”. El regalo (p.27), el misterio (p.27), el abrazo (p. 32), el temblor (p.36), el lugar (p.41), el vértigo (p.45), son algunas de estas.

Tampoco debe pasar por desapercibido el entorno que puntualiza esa Voz, puesto que ese entorno, ese ambiente, es la geografía del sueño, y el sueño es el deseo. Así, y aunque es simbólico, ese entorno da cuenta del mundo caótico del que sueña. No sorprende pues que el entorno del sueño esté sacudido por desastres, catástrofes, temblores, incendios, vendavales con polvo de desiertos. Ello, a su vez, da cuenta de una convulsa y excitada naturaleza del deseo.

Cuestión de resumir, este libro poetiza el movimiento afectivo hacia algo que apetece. A la vez, pone de manifiesto la aún vigente y humana necesidad de un otro para la consecución de la experiencia amatoria. Con esto, y con una estética particular y brillante, Nelson Ricart-Guerrero ha llevado el homoerotismo a un plano universal, visibilizándolo con carencias y necesidades comunes a todos los de nuestra especie. Creo que ese es uno de sus logros más sublimes. No obstante, hay una conciencia y un subtexto en ella que no ignora el mundo hoy, ni las mentiras del Bien, las voces lejanas, el polvo de la historia, el miedo, la naturaleza de la marginación hacia el homosexualismo. “Nuestros cuerpos hacen temblar al mundo” (p.37). “Somos un puñado de ceniza abandonado/ al mundo” (p.38). “Hombres así pueden violentar el/ silencio de las aguas lisas...” (p.20)

Tampoco el deseo ignora. Desde ahí, también se cuestiona. ¿Quién soy yo? ¿Qué o quién es el otro realmente? ¿Qué o quién es esta Voz?

“Si sucumbo al sembrarte es como si
penetrase un mundo sustentador de
sueños ignorado por miedo e
identificado con las llamas del infierno
que nos han enseñado
Imaginaremos catástrofes
y permaneceremos unidos por estas
cuerdas de yagua que hacen de
nuestros cuerpos uno, en esta fiesta
bravía con la que volarán tantos pájaros
como brujas en los cuentos y este
gozar de los cuerpos será agüero y
melodía de esta unión que nuestras
almas al encontrarse han querido
Asumamos pues la fuerza que esta
relación implica dejándonos sucumbir
al aliento compartido” (p. 35)

Creo también que otro acierto en este libro, es el cómo se transparenta la carencia a través del deseo. Pienso en Lacán cuando dice que el deseo es siempre la carencia de algo, y que cuando no se resuelve esa carencia, estoy parafraseando, el que desea crea fantasmas, artificios imaginarios y representaciones sustitutivas para aplacarla. Ha acertado el poeta al establecer el sueño como espacio. Ahí, el catálogo de artificios imaginarios y representaciones sustitutivas.

“En mi sueño…/ Imagínote mar, suéñote deseo” (p.19)

“En los mitos que me invento dos
cuerpos al rozarse se convierten en
tierra devastada por incendios” (p.37)

En fin, Yo soy el Leife, el pájaro malo, es un poemario que encierra un mundo onírico en el que el deseo y los objetos del deseo son posibles, aunque en el sueño también tenga que emprenderse una búsqueda con artimañas cuestión de lograrlo. Como espejo donde vernos, este poemario refleja nuestra naturaleza del deseo; la apetencia humana, a la vez que pone de manifiesto, muy a la par con los planteamientos Freudianos, el hecho de que el deseo transforma nuestra realidad.

En mi caso, no había tenido el placer de leer una propuesta poética que tratara el deseo de esta forma. Mucho menos me había topado con un homoerotismo poético tan elegante y tan bien anclado en la tradición Caribe.  Y esto lo digo, porque aunque el Leife tiene todo el origen y una genealogía occidental detrás del nombre, el pájaro malo, afortunadamente y para el gusto de todos, es nuestro, caribeño. En torno a él y sus alas, las majaguas, la yaguas, las caracolas, el mar, los perros en la noche de Gazcue.

“En este lugar donde los pájaros
contestan mis silbidos, reconoces mi
canto que conmueve, sabes que estoy

Si me buscas, déjate guiar por la
sombra del jobero, por el olor de sus
hojas y de sus frutos maduros

Me gusta la acidez dulce de los
encuentros que espero

Me gusta librarme a la ilusión” (p.23-24)

*Este texto fue escrito para y leído en la presentación oficial del poemario, el jueves 9 de mayo de 2013, en la Librería Libros AC Barra & Bistro en Santurce (San Juan, Puerto Rico).