domingo, junio 25, 2006

Canto a una mosca impúdica

ay mujer
Animalito amaestrado
zumbando por ahí
como una mosca dulce
acompañada de la peste
de la basura púbica del otro
con esa grupa seca
con esos pechos rancios
caídos de tanto labio y mano
en esta cama blanca
hacia ninguna parte va mi
lengua
hacia ninguna parte va mi
vena
hacia otro lado irán mis niños

domingo, junio 18, 2006

"Fue negligencia de ellos"

El problema no es que tengas 25 años, que ayer hayas bebido más de la cuenta por primera vez, que todo el mundo se entere de lo que hiciste, que tengas que pagar una multa altísima por conducir en un estado craso de embriaguez. El problema es que cerraste los ojos y te entregaste al sueño mientras hundías el acelerador, que atropellaste a tres ancianos que montaban su pulguero a orillas de la carretera principal, que por tecnicismos legales no vas a ir a la cárcel como deberías, que te toca acostarte en tu cama a la vez que tres familias lloran en vela mientras que otros imprimen periódicos que enseñan tu cara y señalan tu nombre, en negrillas, desde la portada.

miércoles, junio 07, 2006

Salseros


“El Viejo se despide haciendo/ un llamado a lo sagrado/ y yo,/ entre aplausos/ paso por alto/ exactamente/ cómo mi árbol genealógico/ se quedó cojo/ y por qué mis manos,/ ya tentáculos,/ fueron incapaces/ de palpar lo “folklórico”.” -Guillermo Rebollo Gil


Cheo Feliciano cantaba de fondo. No pasó ni un minuto y subió el radio de su carro, oloroso a plásticos, un poco más. Óyelo Gustavo, que ese era su amigo, eran los artistas del momento, los sex simbols de aquellos tiempos, los únicos que llenaban el Palladium de mujeres elegantes, hermosas, ataviadas de trajes largos negros, solteronas casi todas, las casadas llegaban escapadas de su hogar. Tito Rodríguez era un jodón, sabía de música, empezó a los dieciséis. Eran tiempos perfectos.

Era la primera vez que veía a mi papá en cuatro años. No había cambiado en nada. El mismo perfume, Carolina Herrera de hombre, las mismas entradas medio abiertas sobre la frente, unas cuantas canas nuevas, por fin tenía carro. Había pasado siete años cruzando inclemencias con sus dos piernas desde que se divorció de mi mamá. No fue hasta antes de ayer que compró un carro del año, como se lo merecía, azul, niquelado, con bocinas nuevas pa’ estrenarlas y cantar a to’ volumen una salsa en la espera del cambio de luz en una intersección. La salsa era lo suyo, era un cocolo de la vieja escuela, un romántico empedernido de los sones del Caribe. Tan pronto subí al auto me habló de Tito, Tito Rodríguez, ¿No lo conoces?, el hermano de Johnny, el que se casó con Tobi Kei, la corista estadounidense-japonesa. No hubo un hola, un cómo estas, un qué has hecho en este tiempo, ni un Gustavo, ya eres todo un hombre. Siempre la salsa, la maldita salsa desde chamaquito, yo escuchando salsa vieja en vez de las voces dobladas, entretenidas, de las caricaturas de Hannah Barbera. Siempre la salsa, los soneros, las orquestas, la clave y el ritmo, el baile de salón. Y yo jodido desde chiquito, sin poder ir a un maldito parque a correr bicicleta con mi pai, sin poder tener lazos con él como los que tenían mis otros amigos con los suyos, sin poder hablarle de otra cosa, sin poder poner otra canción. Yo quería que mi viejo me tratara, que me atendiera, que escuchara la música que escucho, que se preocupara por su público, su publico soy yo, su único hijo, el varoncito, el fanático que quiso verlo, al que no le dedico una función a solas en la que no sonara ni un silencio ni un corte comercial entre los bloques de música gorda transmitida por Z-93.

Cuatro años sin verlo y el hola se le redujo a un estribillo musical. No dije nada. No me dejó. Me llevó a pasear con los cristales abajo, con las bocinas vibrando, acicalado, luciendo sus cuarenta y pico de años, con su diente de oro enterrado en la encía. Cruzamos la isla en medio día y me trajo de vuelta a mi hogar. El sol duró poco. Mis ganas de verlo también. El estaba feliz, lo entiendo. Tenía un carro nuevo, bocinas gigantes, los aros brillosos, los cantantes grandes de otros tiempos a su disposición.

Pero yo estoy tranquilo. Por lo menos lo ví después de cuatro años. El carro estaba asegurado. Se metió debajo de un vagón comercial. Llamaron casi a las dos de la mañana. Mamá lloró. Te imaginé llorando cortado de vidrios, tu carro deshecho, la puerta a tu lado desmembrada a tijerazos por el equipo de rescate. Los hombres no lloran, dijiste una vez. Por eso no te lloro. Se te apagaron las luces salsero. Se te acabó la función.