Después de las llamadas a distancia, ella en el sur, y yo en el norte (más al este), terminamos rendidos, casi muertos, embarrados de los jugos de este amor de lejos. Siempre me llama a eso de las 11:41, tardecito, cuando ya el vecindario es de los gatos, de la ratas recién paridas, de los murciélagos que vuelan entre palo y palo de mangó. Hablamos un poco. Estupideces al principio. Me habla del trabajo, de la universidad, de que nunca encuentra pizza con chorizos, que si todo es pizza con piña, que si tuvo una discusión con un taxista de la capital. Al final viene lo otro: el cambio de voz, el cerebrito, la tocadera. Las pajas me matan. Siempre se lo he dicho. Pero a ella le encanta. Dice que se moja más cuando me escucha en el momento comatoso, un trallazo blanco, un suspiro, ohhhhhgh.
Después de los segundos de recovery, de limpiarme con algún papel, alguna media, alguna camiseta deambulante sobre el piso, me pide siempre que le lea, que le hable con la voz de escritorcillo que me ha nacido con los años. Ahí entra la historia. El otro día busqué unos poemitas que le había escrito en su ausencia. Los había escrito en una libreta roja que encontré al azar. Tardé par de minutos tratando de saber en donde los había metido. Eran poemitas cortos, clichosos como los que siempre escribo, con una rima extraña, pero con rima. Al final de la noche se los leí. Siempre me pasa. Se queda dormida. Me quedo sólo, hablando con la maquina que cuenta los minutos de su tarjeta telefónica desde Bogotá.
El hecho es que buscando esos poemas hallé el manuscrito de una novela que escribí hace ya un tiempo. Claro, una novelita boba, sin investigación de nada; una mierda. Es tan así que nunca me atreví a culminarla. Está escrita en primera persona, una osadía, es como hablar en público en pelotas. O no. Es como hablar en público y ya. Comienza con lo que pudiera ser un breve monólogo. Pero en realidad no es un monólogo, yo nunca quise que el protagonista hablara solo, que tuviera un aside, un soliloquio shakespeareano. Aunque sí, el tipo vive con la soledad. El detalle es que el protagonista quiere vengarse de un alguien que él conoce pero que no lo recuerda a él. La novela empieza así:
"No hay nada mejor que sentarse en la azotea, frente al mar, a pensar cómo hacer un mal que ya te han hecho. Frente al mar la mente vuela. Frente a él se conspira, se medita, se inventa y se preguntan los por qué. Por eso subo todas las tardes. Llevo meses preparando la trastada. Tengo números, nombres, cantidades altísimas; tengo el sitio y la fecha. Sólo me falta hablar con él. Él apenas me conoce. Sin embargo, le conozco desde siempre. Pero no lo sabe. O no lo recuerda. Y yo lo recuerdo bien. Se crió con nosotros. Vivíamos en la Diez de Andino, a seis casas de distancia. La suya era azul. La mía era blanca. Ahora vivimos lejos, pero bebemos ron y cervezas, y vino y mujeres, en el mismo sitio, todas las tardes, por rutina. Llevamos casi cuatro meses así. Pero aun no he dicho nada. Aun no sabe que él es protagonista de mi plan."
Siempre me provocó algo. El hombre, el protagonista quiero decir, eso de vengarse de alguien que se crió con uno, esa cosa de matar. Por que en realidad sí. Al final mata, y destruye a la gente que le queda, destruye al trío de mujeres que lo amaron, tres, como la santísima trinidad, termina desatando un plan terrible. Al final queda solo, con su enemigo vivo, por que mató a todo el mundo menos a él. Nada. No sé. Un final así.
Después de los segundos de recovery, de limpiarme con algún papel, alguna media, alguna camiseta deambulante sobre el piso, me pide siempre que le lea, que le hable con la voz de escritorcillo que me ha nacido con los años. Ahí entra la historia. El otro día busqué unos poemitas que le había escrito en su ausencia. Los había escrito en una libreta roja que encontré al azar. Tardé par de minutos tratando de saber en donde los había metido. Eran poemitas cortos, clichosos como los que siempre escribo, con una rima extraña, pero con rima. Al final de la noche se los leí. Siempre me pasa. Se queda dormida. Me quedo sólo, hablando con la maquina que cuenta los minutos de su tarjeta telefónica desde Bogotá.
El hecho es que buscando esos poemas hallé el manuscrito de una novela que escribí hace ya un tiempo. Claro, una novelita boba, sin investigación de nada; una mierda. Es tan así que nunca me atreví a culminarla. Está escrita en primera persona, una osadía, es como hablar en público en pelotas. O no. Es como hablar en público y ya. Comienza con lo que pudiera ser un breve monólogo. Pero en realidad no es un monólogo, yo nunca quise que el protagonista hablara solo, que tuviera un aside, un soliloquio shakespeareano. Aunque sí, el tipo vive con la soledad. El detalle es que el protagonista quiere vengarse de un alguien que él conoce pero que no lo recuerda a él. La novela empieza así:
"No hay nada mejor que sentarse en la azotea, frente al mar, a pensar cómo hacer un mal que ya te han hecho. Frente al mar la mente vuela. Frente a él se conspira, se medita, se inventa y se preguntan los por qué. Por eso subo todas las tardes. Llevo meses preparando la trastada. Tengo números, nombres, cantidades altísimas; tengo el sitio y la fecha. Sólo me falta hablar con él. Él apenas me conoce. Sin embargo, le conozco desde siempre. Pero no lo sabe. O no lo recuerda. Y yo lo recuerdo bien. Se crió con nosotros. Vivíamos en la Diez de Andino, a seis casas de distancia. La suya era azul. La mía era blanca. Ahora vivimos lejos, pero bebemos ron y cervezas, y vino y mujeres, en el mismo sitio, todas las tardes, por rutina. Llevamos casi cuatro meses así. Pero aun no he dicho nada. Aun no sabe que él es protagonista de mi plan."
Siempre me provocó algo. El hombre, el protagonista quiero decir, eso de vengarse de alguien que se crió con uno, esa cosa de matar. Por que en realidad sí. Al final mata, y destruye a la gente que le queda, destruye al trío de mujeres que lo amaron, tres, como la santísima trinidad, termina desatando un plan terrible. Al final queda solo, con su enemigo vivo, por que mató a todo el mundo menos a él. Nada. No sé. Un final así.
Por ahora no me interesa seguirla. Metí el manuscrito dentro de una libreta cualquiera y la guardé. No quiero seguir con una novela que comienza y termina de ese modo, tan ficticia, tan ajena a mí. Creo que mejor me sentaré a escribir. Escribir con las tripas gordas y con las entrañas, tirando todo sobre el papel, manchándolo de sangre mía y de saliva mía, de mierda y orina mía, y mocos y lagrimas con nombres propios que me destruyan más a mí.
7 comentarios:
Me encantan esas llamadas de medianoche...las que terminan con cansancio en los músculos y deseos en la piel. La novela, el comienzo me encanta, la idea me encanta, pero quien lo pare eres tú, así que si a tí no te sabe tuya, no tiene tu DNA, pues engavetala pero hasta un tiempo no muy lejano. Sigo leyendo! Abrazos!
U A O !! Toque fondo con este Xavier
jaja. sólo contestame algo mel? en donde tu estas ahora mismo?
Claro. En Colombia.
Tus relatos son
de excelencia
Xavier.
Continúa tu
paso visceral
por la vida
y la escritura.
Esperamos por
tus libros.
Carlos Esteban Cana
mientras yo espero que los elefantes del "boriqua" emprendan su marcha dejando atras el pare..
wow
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