lunes, enero 21, 2013

Aquella euforia

Comentario acerca de Sospechar de la euforia de Guillermo Rebollo-Gil, compartido en la presentación del mismo libro, celebrada el 19 de diciembre de 2012, en Libros AC


El 15 de agosto de 2012, a las 11:12 de la mañana, le envié un mensaje a Guillermo Rebollo-Gil via Facebook. -Oye, quiero leerte. Buen día-. -Hola broder, buenos días-, contestó él. -Nada, tengo par de cositas. Aquí te envío, si le quieres echar un vistazo, es el librito que se supone saldrá en par de meses. Un abrazo, G-. Entonces recibí el documento: Sospechar de la euforia senior.PDF.
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Según la Real Academia de la Lengua Española, sospechar significa “dudar o desconfiar”. También, “aprehender o imaginar algo por conjeturas fundadas en apariencias o visos de verdad”. Euforia, según la misma institución significa “fuerza para llevar o soportar; sensación de bienestar resultado de perfecta salud o de la administración de medicamentos o drogas; estado de ánimo propenso al optimismo”.

-Hola Guillermo-, le escribí el 30 de octubre de 2012 a las 11:36 de la mañana. -He leído una y otra vez Sospechar de la euforia, en voz alta y a solas. Y de verdad he sentido leyéndolo que nos estamos solos ni distantes, que sólo ha hecho falta coincidir en la mesa del café, pero siento que hemos caminado juntos-. Con respecto a la soledad, en agosto había comentado yo en un Status de Guillermo en el que había escrito él con cierta nostalgia acerca de ese momento en el que uno se sienta en la mesa del café a compartir un manuscrito con alguien que también tiene un manuscrito que compartir bajo el brazo. Había escrito además en su Status acerca de la lindura inocente, limpia de pretensión literaria, de compartir impresiones de lectura, caricias de peluche, cuestión de no sentir lo solo y para nadie del proceso de escritura. No recuerdo exactamente el Status de Guillermo, mis disculpas, pero tengo la certeza de que se dirigía en esa dirección. Lo anterior ha sido parafraseo. El hecho es que, luego de leer su libro, tuve la sensación de que aunque no nos habíamos visto o hablado salvo en algunas ocasiones anteriores, por Facebook o en la jornada de la lucha estudiantil en la Universidad de Puerto Rico en Rio Piedras, entre 2010 y 2012, habíamos cada quien por su parte reclamado y entablado la comunicación a través de la escritura y la poesía bajo el marco del mismo presente, en la misma isla, con todos sus desencantos. Aún hoy no nos sentamos en la mesa del café, pero intercambiamos manuscritos. En el intercambio descubrí que habíamos estado comunicándonos, que su preocupación por el presente, por los amigos, por la familia, por el país, incluso su sospecha de la euforia era también la mía.

Pues bien, Sospechar de la euforia es un grabado de un presente que ya no es. Es también una consigna personal, escrita ante el presentimiento del cese de la euforia, de su fin o su pausa. Es un libro que sospecha en presente del presente aquel (año 2010 y 2011). El autor ha grabado imágenes de referencia desde el primer poema. Entre ellas, además, se ha situado atrapado y perdido.

Tras la lectura, el lector reconoce que la euforia de la que se sospecha es una suerte de ímpetu, que es  desesperación, que esa euforia es lumbre. Lumbre refiriere a la materia combustible aún encendida. La menciono aquí como metáfora para una euforia resultado de un compromiso con una lucha estudiantil, ciudadana y humana, política y romántica en todas sus dimensiones. En ese sentido, a través de la lectura uno descubre una euforia que preocupa y roba el sueño, que corre el riesgo del fracaso o de la extinción frente a las tácticas del proyecto totalizador del Estado, del mercado, del capital, de la identidad. Así se sospecha de la euforia; así entiende uno la euforia como conflicto.

¿El dónde del conflicto? Puerto Rico, que en el marco del presente aquel, aunque no muy distante del presente éste, experimentaba  los embates de una crisis económica y social con alarmantes saldos de criminalidad y violencia desmedida. El autor lo deja claro: “la isla es un botín de yesca”. “Guantánamo es guarapo de caña al lao desto”. “La isla es un bótate”, un dónde en el que hay que tener “mucho cuidado en la luz”, “arranca, o te cosen a tiros”, “aquí cada niño que nace pende de un hilo”. El autor sin embargo, adentro del donde del conflicto, no ignora el resto del mundo. De hecho, en el presente aquel, mundo era un hervidero de luchas estudiantiles y obreras, enfrentamientos entre manifestantes y policías, arrestos, campamentos, ocupaciones, indignación colectiva en contra de las lógicas y dinámicas del proyecto neoliberal a escala planetaria; incluso contra el capitalismo y sus protagonistas, incluidos los estados y sus políticos jugando a visitas oficiales y al poder juntos a grandes corporaciones. Así, la preocupación por el presente es visible en el libro. Igual la necesidad de una conversación o del inicio de un diálogo acerca de la destrucción, un diálogo acerca de uno moverse estrepitosamente hacia el fin; de eso de andar escribiendo en los márgenes de la historia de la humanidad. Por suerte la escritura de Guillermo Rebollo-Gil es iniciática: inicia el diálogo, pone el ruido, las imágenes, el mapa sobre la mesa (que es el libro). Todo pese a un tono atrapado en una trampa de tiempo. Pisar el presente es pisar el futuro y a la vez el pasado.

“Presiento que la historia nos absorberá mientras la gente más hermosa que conozco camina en círculos sostenidos por sonoridades a lo largo y ancho de la calle han repartido un mapa mimo para dejar caer su ruido en caso de correr”.”Presiento que la historia nos abandonará mientras cuento solidaridades con los dedos”. “Es hora de cogernos de las manos y espesarnos”, aunque “doy fe de que es tarde”.

Y puede ser tarde en el presente siempre, pero no en la escritura. En esta escritura, por cierto, hay una voz que lo sabe. Es una voz  cansada y melancólica pero conmovedora y esperanzadora. Aunque el poeta diga “el poema es infinitamente menos que nosotros”, que “nosotros somos el límite del texto”, que “escribir es una cosa bien puerca”. Pero uno sospecha y no le cree.

El poeta que sospecha de la euforia, que desconfía de ella, es un sujeto perdido, en sus propias palabras; perdido en las coordenadas de su cotidianidad, confundido, conmovido, que ha perdido madrugadas en vela, al que se le rompen los pensamientos en círculos, atiborrado de errancias, atestado de desaciertos y faltas y extravíos. Pero el lector que lo descubre hoy, en este futuro pasado presente, lo entiende y no lo abandona, y le agradece la escritura, su proceso de escritura, los poemas, la poesía. Aunque nos diga “a mí me gustaría que la poesía fuese otra cosa”.

Y le agradece uno, porque tal como dice Guillermo B. Irizarri en el brillante prólogo del libro, aunque la poesía de Rebollo-Gil “vehicula una sospecha”, vehicula igual una verdad, la comunicación, un sincero sentir humano y una mirada de tiempo que uno reconocer, con la que uno se solidariza, pese al presentimiento y la conciencia de la absorción de la historia, del abandono, del olvido tras la destrucción en un universo de agravios

“¿Alguien nos descubrirá?”, pregunta él en plural desde un poema, en una isla, “puntito en el mapa”, repensándose y sabiéndose junto a un amor y a otra gente cómplice y compañera de esa fuerza de llevar y soportar.

Precisamente así llevo conmigo a Sospechar de la euforia; como un mapa donde encontrarnos, donde descubrirnos, donde hallar las coordenadas nuestras; como si se tratara este libro de un mapa preciso en las manos, en caso de que haya otra vez que correr.