jueves, diciembre 17, 2009

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sólo basta que un hombre explote sus pulmones en un saxofón para saber que toda mierda de latitud y longitud incluso dimensiones nada existe, esto aquí, ahora mismo, puede ser también Ciudad de México con otra gente, la misma nostalgia musical y de cervezas, la misma levadura, los mismos aplausos y todos estos hilos halando la crecencia de extrañar y no tener lugar ni escápulas seguras en donde echar el sueño del suspiro, en donde poner la mejilla tibia, enredada en besos confusos de mañana rápida como contigo. sólo basta un saxofón para saber que no he perdido el rumbo y sólo hubo un cambio de ciudad y frío, un cambio de palabras sin x ni finales de tl, sólo hubo huida momentánea de paréntesis abierto y de memoria, era preciso suceder sin miedo a pentagramas, a las notas, a los brazos en el medio de la calle, era preciso estar ausente hoy de las canciones de Silvio, del queso fundido y la mirada tuya de desconocer qúe hacías y por qué en las alturas de un país que era y no se parecía al tuyo. sentado aquí, en una barra de jazz acojinada, borracho nuevamente porque me da la gana, despierto al trance o caigo en medio de la gente un año después a no sé cuántas millas lejos, con la certeza estúpida por rutinaria de una cama y unos besos luego del alcohol para cerrar la noche, sabiendo que cama, noche, alcohol y besos son la errata de aquel poemario viejo, sabiendo que país es sólo la palabra y la distancia, que distancia es una nota musical universal reconocible, que los saxos son pulmones esporádicos llenos de todo lo cercanamente parecido. a esto.

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