miércoles, mayo 28, 2008

Llueve la noche a ratos clareando por la ventana. Azota el cielo en agua siguiendo patrones de bipolaridad. Sufro poco. Engordo. Quisiera estar ahora recostado sobre la barriga de papi, subiendo y bajando la cara con la tranquilidad de lo intocable. Quiero café por la costumbre familiar de noches frías. Miro los álbumes. Las fotos de siempre parecen hoy tener consigo el olor de todos los años que he visto. Pienso en la muerte. Pienso en Mundaca. Siento decirle que yo también estoy que me despido. La lluvia en llanto cíclico me deja ahogado, demasiado naúfrago de una nostalgia que no sabe su nombre. Sufro suave. Todo parece la última llovizna de un mayo cualquiera. Vuelvo a las fotos. Me siento hombre crecido. Quiero dormir con esta sábana de carros de carrera entre mamá y papá hasta la luz del día. Miro hacia la ventana. Aprieto la almohada. Con una mano que no es mía escribo. Hago puños. Esto de ir solo por el mundo me persigue. Hago charcos. Vengo desde debajo de la lluvia. Quiero también oler a vicks o a alcoholado. Tenía tanto. 99 peces niños contados a mano separados de su madre. Goopies rojos. Quizás deba acabarme en la palabra. Pierdo la coherencia. Fluyo. Debo escribir la historia de cómo sigo aterrándome en las noches de rayos. Soy un cobarde. Debo clarear. Hacerme luz o agua. Huelo el café. Papi no llega. Truena. Todo lo parecido al sueño aprieta.

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