lunes, julio 03, 2006

Superhéroe


El 12 de junio del 91 desperté con la gritería cataclísmica de abuela. Doña Geña había rodado, escaleras abajo, desde la puerta de su apartamento en el segundo piso, hasta la puerta de la nuestra en el primero. Abuela sintió el golpe hueco contra el tiesto terracota de Llantén y corrió hacia afuera con el mismo presentamiento con el que sale cada vez que alguien suena una bocina en el residencial. Sin embargo, esa vez no se asomó por la ventana, sino que abrió la puerta sin pensarlo. Y allí estaba la vecina, con su gordura de años esparcida sobre el musgo del cemento, con la boca partida y gritando, sin poder mover un pie, “se me mató”. Y fue entonces cuando abuela abrió la boca como un grifo de agua, sin saber a quien se refería, alarmando a todo el mundo incluso a mí, que cumplía ocho años ese día. Me recuerdo en calzoncillos de Superman, corriendo por el pasillo largo del apartamento, con el corazón acelerado y la saliva seca entre los labios. Cuando llegué a la puerta grande Doña Geña sólo dijo “se me ahorcó Joel”. Joelito, el mariconcito, el patito del segundo piso se había ahorcado. Entonces abuelita activó el grito, los perros micos de Don Chago ladraron como nunca y las vecinas de los otros edificios se arremolinaron frente a la puerta de mi hogar.

"Arriba, todavía está arriba, colgando, está en su cuarto." Geña pidió a gritos que alguien lo bajara. Entonces las vecinas me miraron a mí pero yo miré a mi abuela. Era tan enclenque, tan poquito, tan saco de huesos, tan barriga desnutrida de Somalia, que era incapaz, siquiera, de levantarle un pié a Joel. Entonces dije que llamaran a Damián, que es el vecino más fuerte y grande que tenemos. Y así lo hicieron. Llegó en dos segundos, con la cara entumecida, pálido, sin camisa igual que yo. No miró a nadie. Subió rápido, como si tuviera la esperanza de encontrarlo vivo. "Está muerto, está vivo comadre, muerto, no está muerto na’".

Yo nunca había visto un muerto. Por eso decidí subir. La casa estaba en sombras y en silencio. Caminé hasta el cuarto y allí estaba él. El velorio fue bien rápido. Lo velaron en el centro de la sala, entre cintas lilas y flores olorosas a color de embuste; entre vecinas, amigas y algunas primas que vinieron desde lejos.

Damián estuvo parado toda la noche en una esquina. Jamás rozó la caja ni vio al muerto en guayabera y zapatos blancos. Me miraba lento y hacía un vago intento para sonreír. Pero yo no le entendía. Yo era nuevo en silencios como aquellos. También era inexperto frente a su forma extraña de querer. Caminó hacia mí pero Doña Geña se metió en el medio. Lo abrazó entre llantos, le dio las gracias, se disculpó por someterlo al desenganche de su nieto. Un minuto después se paró frente a mi rostro, con los ojos secos, aterrorizado, sin saber cómo explicarme. Intentó decirme algo, o muchas cosas, y yo no lo dejé. Interrumpí el comienzo. Salí corriendo. No miré hacia atrás.

Joelito colgaba de un cable eléctrico alrededor del cuello, desnudo, autotajeado, en el centro de su cuarto, bañado en sangre fresca y moscas. Cuando me asomé, vi el cuerpo hombruno de Damián amarrado por los brazos a la cintura diminuta de Joel, gimiendo en solitario como un loco, embarrándose el pecho macho y su rosario con el rojo, con los ojos negros sumergidos en las aguas del dolor. Y yo allí; inmóvil, aturdido, sin entender por qué. Le interrumpí el momento y pregunté si necesitaba ayuda. Me miró como los hombres. No dudó como mi abuela o las mujeres del mundo que me vieron o me pudieron ver. Él sólo contestó que sí, "sí, por favor ayúdame", y lo ayudé. Minutos más tarde el cuerpo de Joel se desplomó sobre nosotros, como una viga, con la misma tosquedad con la que a veces caen los jamones ahumados que cuelgan detrás de la vitrina en la panadería española en la que Joelito trabajaba. Estaba frío, tieso, morado, oxidado, con las venas dibujadas en la piel. En ese instante, Damián posó los labios en su muerto y le absorbió, devolvió, el calor. No sé. Era un gesto que no había imaginado. No pude correr. Tampoco quise hacerlo. Me quedé parado frente a ellos, observándolos callar, absorbiendo la belleza y los poderes de ese beso. Entonces decidí dejarlos solos. Bajé las escaleras de prisa, con el cuerpo escurriendo rojo y con la sensación extraña de los superhéroes. Mi calzoncillo súper se estropeó, es cierto, pero adquirí el poder de amar y de besarme con los hombres.

7 comentarios:

Patricia Minalla dijo...

:O fascinada de leerte,
Un beso

Patricia Minalla dijo...

Ahh olvide decirte que hice unas malas fotos, pasa a criticarme :) please

Yiara Sofía dijo...

que buen relato, Xavier...la muerte de muchas cosas, de la vida, la inocencia, el amor a escondidas...el comienzo de otras. Como siempre agradecida por tus visitas y encantada de leerte y ver tus fotos!

Enric dijo...

Hola Xavier, sólo decirte que tu relato me ha conmovido y enganchado, no he podido quitar la mirada de la pantalla lo poco que ha durado la lectura... Decías que te gustaban mis fotos en el blog, y viendo ahora tu talento, hace que esas palabras no me suenen vacías... Y gracias por tus cometarios el otro día!!

GirlFromSantiago dijo...

Hey... qué chulo está tu blog... y las fotos... divinas... qué talento...

El Navegante dijo...

Estimado Xavier:
Como lo he mencinado en el blog de Ana María, contigo comienzo a navegar por los puertos de los amigos que han tenido , como tú, la amabilidad de dejar un comentairo sobre mi poesía.
Me encuentro con un relato estremcedor, con sensaciones a flor de piel, como las has vivido, si no es un relato de ficción, y com las has volcado sea de una forma o de otra
Me inclino a pensar en algo real, viendo la sensibildiad que pones en cada entrega,que ya volveré a visitar más detenidamente.
Te dejo un cordial abrazo, y nuevamtne mi agradecimiento por tus palabras.

Xavier Valcárcel dijo...

Saludos a todos

Patricia, gracias por volver. con respecto a lo de tus fotos, te equivocas, no son malas en lo absoluto. ya te había dicho que quedé encantado con los rostros de esas dos niñas, esa inocencia grabada por el lente.

Yiara, compañera, hace mucho no te veía por aquí. que bueno leerte. este cuento es eso, una bifurcación, un enlace entre la inocencia y la perdida de ella, entre la muerte, el amor a oscuras (el escondido) y el nuevo despertar.

Enric, bienvenido catalán, lo de la lectura corta pues en parte es cierto, es parte de esta blogculura de post mas o menos cortos. si quieres cuentos largos sólo avísame y posteo uno. tengo par aquí. gracias por tus palabras y por la visita.

Saludos desde acá girlfromsantiago, gracias por visitar mi espacio. bienvenida.

Navegante, compañero de letras, gracias por entrar en mi Tendido negro, gracias por el comentario, gracias por la visita, gracias por tu sensibilidad. Lo de la realidad o la ficción escondida detrás del cuento lo dejo a la imaginación, todo es posible con palabras.

Aquí te (les) dejo un par de líneas. en esto creo. Lo voy a compartir.

“La mayoría de las veces uno no debe escribir con el cerebro ni con las manos. Para escribir hay que estar dispuesto a desollarse. Te desuellas, te despellejas, quedas en carne viva, y entonces te lanzas por el despeñadero de la escritura hasta el fondo del precipicio. Golpeándote, descuerándote y quebrando tus huesos contra las rocas. Ese es el único modo. El que no se atreva a hacerlo así es mejor que deje el papel y la tinta sobre la mesa y se dedique mejor a vender tomates o al negocio inmobiliario” Pedro Juan Gutiérrez, Animal tropical.

Un abrazo. Xavier.