viernes, febrero 22, 2008

Cazadora de billetes


Mi profesora de inglés colecciona billetes blancos. Roídos por el mar, partidos por las olas, por la arena filosa de la orilla. Los guarda en una pañoleta color rosa. Nos dijo esta mañana que vive en Isla Verde, que justo frente a su condominio se amontona todo el sargazo de las playas. Habla de los billetes con una pasión que no había visto. Dice que son billetes que la gente tira desde los cruceros. Que cada nueve días el mar se limpia en su rutina milenaria. Cuando lo dijo pensé en un amigo de mi papá, un cubano flaco y alto que jugaba baloncesto con Los Cangrejeros. Él me dijo alguna vez que esa cultura de lanzar billetes viene de la Cuba de la década de los cincuenta. Ahora invento alguna relación con el deber a Yemayá. Hay gente que prefiere entregar dólares al mar que calabazas o azucenas. Quizás es cosa de los tiempos. Desde hace rato la cultura es capital. Vale lo uno por lo otro.

Luego habló de cartas de navegación, del rumbo fijo de todas las corrientes del mundo, que el mar del norte siempre se estrella contra el sur y yo sólo pensaba en los yoleros.

Es loco y a la vez hermoso saberla en su faena. Algo de vida debe haber mientras se espulgan algas. Movía la mirada, pestañeaba poco, hablaba con fascinación sobre billetes inservibles. En todo su escritorio estaban desplegadas las mutilaciones. El mar desmiembra hasta el papel. Lo hace pedazos. Pequeños cincos, unos, un veinte, uno que parecía un cincuenta sin identidad. No sé si se dio cuenta, pero dijo “bebés” dos veces, refiriéndose a los dólares con sal, mientras nos explicaba.

Alguien prendió los abanicos y el mar olió de pronto.

Todo voló.

Y comenzó la clase.

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