Necesitaban refuerzos. Elementos hasta ahora desconocidos habían herido a dos oficiales en una intervención por posesión de drogas en contra de un menor de 15 años. Un muchachito, que para colmo de males, resultó ser el hermano del susodicho Abrante; tirador oficial de todo el material distribuido en el área de Loíza. Si le añadimos a eso, que en el residencial en donde se efectuó la intervención se estaba celebrando el cumpleaños de las dos sobrinitas del muchachito, y por ende, duo de hijas de Abrante, la lógica diría que ese intento de arresto no se debió efectuar. Al menos no esa noche. Al menos, debieron haberle dicho a los oficiales, Rosado y Betances, que el muchachito es intocable. Pero nadie se los dijo. Lo tocaron. El elemento se echó a correr, los oficiales son nuevos, sacaron las armas, se metieron en el cumpleaños, revolcaron el avispero.
La gente en esta área aborrece a los perros, no les importa que porten placa policial, que lleven armas de fuego y macanas, que hayan cien escuadrones por cada hombre caido. Tuvieron suerte de poder salir con vida. No hubiese sido la primera vez que una comunidad arrastra y mata a un oficial con un orgullo crudo. Fue entonces la llamada. Necesitaban asistencia médica y refuerzos por caso de motín.
El sargento Carlos Gutiérrez se presentó a las 12:02am con todos sus hombres. La División de Operaciones Tácticas tomó el residencial. Nadie podía salir. Después entró la Fuerza de Choque, la División Montada en sus caballos y dos helicópteros con reflectores blancos que transformaron la noche en un set sacado de las películas de acción.
Nadie sabe de dónde salió el primer disparo. Pero después todo se convirtió en un sal si puedes, fuego cruzado, Gutiérrez sintió aquello quemandole en el centro de su pecho, necesitaba respirar.
Los escuadrones con plomo.
La gente del cacerío también.
Abrante, su hermano y la nenas, junto a las tías, los tíos, los abuelos, las abuelas y la mitad de los casi ciento cincuenta invitados que no habían corrido, se quedaron en el centro comunal en lo que todo se lograba. Carlos Gutiérrez pensó en un poco de gas. Los gritos de los niños. Trajeron el equipo. Los hombres de Abrante batiéndose a tiros con la policía desde los edificios. Gutiérrez hizo la seña con la mano. Los gases lacrimógenos volando hasta el salón del cumpleaños. Después el corre y corre. La gente en su fiesta. Asfixia. La fuerza de choque cerró la única puerta de entrada y de salida. Las piedras al aire. Se había detenido el transito en todas las vías cercanas. Todos los barrios habían corrido hasta el residencial. Gutiérrez hizo su seña de basta. Las puertas cerradas. Los cumpleañeros golpeando el adentro en un intento por salir.
Lo otro fue fácil. Los hombres de Abrante fueron cediendo poco a poco. Un par de heridas no le hacen mal a nadie. Puños a las mujeres, macanas a los niños, plomazos en el pecho a los que vengan sin camisa. Poquito a poco el caserío se devolvió al silencio de su medianoche. Los helicópteros a otro perímetro. Las ambulancias hacia la sala de emergencia. Sacaron a la Fuerza de Choque, a los caballos de la Montada, al resto de la división. Sólo quedaron tres patrullas y ocho hombres necesarios. Gutiérrez dio la orden para que abrieran las puertas de la fiesta. La gente histérica. Un par de desmayos. Ojos llorosos y arcadas. Peces en tierra buscando respirar. Gutiérrez también necesitaba. Sacó la pompa de aire de la cajuela del carro, biombos azules, Proventil. Inhaló lo necesario. Cerró la puerta del vehiculo, encendió el motor. Miró desde el aire acondicionado y sonrió muy leve. El hermanito de Abrante estaba a salvo. Volteó hacia el compañero de turno. Acuérdame decirle a Betances y a Rosado que con esa gente no deben meterse.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario