miércoles, junio 07, 2006

Salseros


“El Viejo se despide haciendo/ un llamado a lo sagrado/ y yo,/ entre aplausos/ paso por alto/ exactamente/ cómo mi árbol genealógico/ se quedó cojo/ y por qué mis manos,/ ya tentáculos,/ fueron incapaces/ de palpar lo “folklórico”.” -Guillermo Rebollo Gil


Cheo Feliciano cantaba de fondo. No pasó ni un minuto y subió el radio de su carro, oloroso a plásticos, un poco más. Óyelo Gustavo, que ese era su amigo, eran los artistas del momento, los sex simbols de aquellos tiempos, los únicos que llenaban el Palladium de mujeres elegantes, hermosas, ataviadas de trajes largos negros, solteronas casi todas, las casadas llegaban escapadas de su hogar. Tito Rodríguez era un jodón, sabía de música, empezó a los dieciséis. Eran tiempos perfectos.

Era la primera vez que veía a mi papá en cuatro años. No había cambiado en nada. El mismo perfume, Carolina Herrera de hombre, las mismas entradas medio abiertas sobre la frente, unas cuantas canas nuevas, por fin tenía carro. Había pasado siete años cruzando inclemencias con sus dos piernas desde que se divorció de mi mamá. No fue hasta antes de ayer que compró un carro del año, como se lo merecía, azul, niquelado, con bocinas nuevas pa’ estrenarlas y cantar a to’ volumen una salsa en la espera del cambio de luz en una intersección. La salsa era lo suyo, era un cocolo de la vieja escuela, un romántico empedernido de los sones del Caribe. Tan pronto subí al auto me habló de Tito, Tito Rodríguez, ¿No lo conoces?, el hermano de Johnny, el que se casó con Tobi Kei, la corista estadounidense-japonesa. No hubo un hola, un cómo estas, un qué has hecho en este tiempo, ni un Gustavo, ya eres todo un hombre. Siempre la salsa, la maldita salsa desde chamaquito, yo escuchando salsa vieja en vez de las voces dobladas, entretenidas, de las caricaturas de Hannah Barbera. Siempre la salsa, los soneros, las orquestas, la clave y el ritmo, el baile de salón. Y yo jodido desde chiquito, sin poder ir a un maldito parque a correr bicicleta con mi pai, sin poder tener lazos con él como los que tenían mis otros amigos con los suyos, sin poder hablarle de otra cosa, sin poder poner otra canción. Yo quería que mi viejo me tratara, que me atendiera, que escuchara la música que escucho, que se preocupara por su público, su publico soy yo, su único hijo, el varoncito, el fanático que quiso verlo, al que no le dedico una función a solas en la que no sonara ni un silencio ni un corte comercial entre los bloques de música gorda transmitida por Z-93.

Cuatro años sin verlo y el hola se le redujo a un estribillo musical. No dije nada. No me dejó. Me llevó a pasear con los cristales abajo, con las bocinas vibrando, acicalado, luciendo sus cuarenta y pico de años, con su diente de oro enterrado en la encía. Cruzamos la isla en medio día y me trajo de vuelta a mi hogar. El sol duró poco. Mis ganas de verlo también. El estaba feliz, lo entiendo. Tenía un carro nuevo, bocinas gigantes, los aros brillosos, los cantantes grandes de otros tiempos a su disposición.

Pero yo estoy tranquilo. Por lo menos lo ví después de cuatro años. El carro estaba asegurado. Se metió debajo de un vagón comercial. Llamaron casi a las dos de la mañana. Mamá lloró. Te imaginé llorando cortado de vidrios, tu carro deshecho, la puerta a tu lado desmembrada a tijerazos por el equipo de rescate. Los hombres no lloran, dijiste una vez. Por eso no te lloro. Se te apagaron las luces salsero. Se te acabó la función.

6 comentarios:

Dharmasutra dijo...

Impresionante... es la primera vez que entro... Al contrario a ti mi papá y yo teníamos relación... me preguntó una vez... ¿Por qué no naciste varón? y yo (por dentro) agradecí haber nacido mujer...
Un abrazo te seguiré leyendo...
PD: Los hombres si lloran...

Dharmasutra dijo...

Xavier... si puedes añadirme a tu lista... puedo añadirte a la mia?

Siumell González-Bermúdez dijo...

Pienso en un relato paralelo a este con la figura de mi madre.

Identificada... es lo único que se me ocurre decir.

Xavier Valcárcel dijo...

dharma, seguro q puedes.

Patricia Minalla dijo...

Mamá Mía!! Esta buenisimo, me encantó

Tor dijo...

¡Genial! No había visto esto; es lo que se merecen todos los cocolos por hacerme la vida gris con sus discos y sus peleas y sus bailes... Dito, embuste; hay que tenerles cariño...

No, pero más allá de la broma, el cuento es súper buen dish. Me da una envidida cabrona, pero de la buena, porque es corto.

Saludos,