Duele verte anestesiada bajo la sombra de un hombre nariz. Y duele por que dices que le amas aun cuando tú misma admites que amas a un alguien que ni siquiera es; o sabe ser. Pero le amas sin pensarlo como si él fuera tu adicción. Y te equivocas. Tu eres su droga, su mujer-techo, su heroína de consumo. Te le volviste polvo. Y a mi también. Ya ni siquiera eres capaz de contemplarte en un espejo. Tu capacidad se ha reducido a convertirte en una raya, blanca, sobre el cristal donde te retocabas mientras fuiste una mujer. Tú nunca fuiste así. De ti no queda nada. Te dejaste consumir. Ahora eres tan poco que ni siquiera te percibo, o te consigo, o te distingo junto a él. Te me volviste nada. Su sombra tiene más constancia que tu yo. Y duele. Duele porque yo quiero verte, abrazarte y que me hables como antes, como cuando era niño y terminaba adormecido entre tus brazos. Pero no puedo, madre, por que para lograrlo hay que aspirarte de un cantazo y mucho antes del consumo tengo que competir, con la nariz que tanto amas y que he aprendido a aborrecer.
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4 comentarios:
ay. loco qué intenso. te falta un "he" antes del "aprendido" final.
Intenso, real...demasiado real! Me estremeces con el escrito. Tu fibra llega a la pura fibra de la vida, adelante!
me ha encantado leerte. tienes un estilo refrescante y contundente.
ha sido un placer pasar por aqui.
Vaya... tan triste.
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