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Visto como lugar de inscripciones socioculturales, como soporte de codificaciones de las relaciones de poder, como campo de batallas (pensando en las luchas de representatividad, identidad, genero, raza y nacionalidad), el cuerpo debe reconocerse como una posibilidad ominosa. Lo ominoso, descrito por Freud en su libro Tótem y Tabú (1919), analizando el término alemán "unheimlich", refiere a lo siniestro, a aquello que pertenece al orden de lo terrorífico; aquello que suscita angustia y horror. “Lo ominoso,- puntualiza- sería siempre, en verdad, algo dentro de lo cual uno no se orienta”.
El cuerpo, según teorizado por Judith Butler, es, además de discurso-vehículo-espacio-destino de resistencias, un espacio de desorientación que puede estar poblado de signos, o ser un signo equívoco, o sólo -degradándolo a la cosa- ser un signo. Ello hace posible, entonces, adoptar el término ominoso para esta lectura sobre el cuerpo, porque el cuerpo, de hecho, es también un algo dentro del cual uno no se orienta.
Uno, dicho en primera persona refiriendo a cualquier yo, en el contexto de esta última oración significa que no es el yo quien se orienta en un proceso democrático dentro del cuerpo, sino que es el cuerpo, entendido ya como un espacio moldeado e invadido por discursos políticos y socioculturales, el que orienta; el que se manifiesta. Ello se ha venido discutiendo, teorizando o depurando desde principios de siglo XX.
Desde la década de los sesenta, con las primeras experiencias del arte corporal (Francois Pluchart, Yves Klein, Piero Manzoni, John Cage, Fluxus, Georges Bataille…), las posibilidades del cuerpo y el cuerpo mismo se han problematizado a tal punto que ya no sólo se habla hoy del cuerpo como un espacio de diálogo, sino como un espacio desde el cual el yo no puede decir todo; como un espacio desde donde el diálogo del yo con el mundo ya no puede darse, a menos que medie el cuerpo en el asunto. Hablo aquí pensando desde el performace.
“La palabra performance se utiliza para designar aquellas obras temporales hechas principalmente por artistas plásticos en las cuales el cuerpo mismo del artista es el material principal utilizado para la producción de dicha obra." (Rivera, 2002) El performance, entonces, puede mirarse como una suerte de producción corporal que produce signos; es decir objetos, fenómenos o una acción material que, por naturaleza o convención, representa o sustituye a otro. Un signo es un indicio, una señal, una figura, una unidad de lenguaje.
“No es casual que el performance haya surgido entonces como un desplazamiento de artistas plásticos buscando redibujar las fronteras del lenguaje pictórico y rompiendo con esquemas de significación ya obsoletos (el cuadro, la escultura, el dibujo). En este contexto, el cuerpo se ubica en el centro del escenario del arte, el cuerpo como signo en la frontera del diálogo. El cuerpo es, así, el medio de expresión de una nueva grafía. (Tort, 130)”.
En su ensayo, Dermografía: Cuerpo(y)signo en el arte del performance (2004), Bernat P. Tort define la grafía -el signo- como dolor, y el cuerpo como el lugar de las incomodidades. A la luz de tal texto, la incomodidad podría definirse como la imposibilidad del dialogo; como el asedio de discursos frente a los cuales el cuerpo es el único capaz de decir.
Claro, las posibilidades del decir del cuerpo no sólo se han problematizado, sino que también se han investigado y refinado en proyectos mercantiles, mediáticos y de publicidad como estrategias para lograr el consumo masivo. De hecho, esta última ha logrado la creación y recreación de cuerpos y su mercantilización difundiendo modelos a seguir a partir de construcciones de percepción e identidades visuales. Juan Carlos Gaudí, en su libro El cuerpo en venta: Relaciones entre arte y publicidad (2000) habla incluso del cuerpo impreso, del cuerpo que se vende, objetualizado, que no es otra cosa que una posibilidad ominosa del cuerpo en lo contemporáneo.
Hablo aquí de posibilidad ominosa del cuerpo y no de cuerpo ominoso pues lo que pretendo no es hablar del cuerpo siniestro, sino de las posibilidades siniestras del cuerpo de suscitar angustia y terror desde y con el propio cuerpo. De ahí, que Bernard Tort insista en su ensayo en que el dolor es una forma de decir que “a pesar de no tener voz, tiene grito, alarido, gemido”.
Y no es que el yo no tenga voz. El mundo está poblado de palabras, de discursos, de voces. Aquí se habla del arte y de la posibilidad de decir en medio de un mundo ahogado en el caos de las representaciones, las relaciones y las interferencias; ahogado en el caos de la materialidad y de los símbolos. Decir entonces con el cuerpo, desde el cuerpo, “lanzarse hacia la fibra misma de la materialidad” como señala Tort, “hacia la corporalidad”, parece ser, artísticamente hablando, la única posibilidad en tiempos en los que la desorientación ya no es signo sólo del cuerpo, pero es el cuerpo, por lo humano, lo que el otro puede reconocer.
¿No es acaso siniestro, doloroso, incomodo, desorientador eso de distorsionarse el cuerpo, hacerse marcas con los dientes propios, quemarse y cortarse los brazos, guardar un pergamino en la vagina, enterrarse tachuelas y cortarse las palmas de navaja con las manos; eso de cortarse diseños en la espalda? Pues si, y todo ello, además, es una forma de decir. Son performances de Ana Mendieta, Vito Acconci, Diamela eltit, Carolee Schneemann, Gina Pane y Ron Athey respectivamente.
Sin embargo es también siniestro convertir el cuerpo en un espacio público frente al ojo de los espectadores, o a su merced. Asumir la violencia con el cuerpo, aun sabiendo que el cuerpo se violenta contra sí. Es siniestro además decir, o querer decir (anclándome en la imposibilidad) con el cuerpo -pensándolo como signo, como unidad mínima de lenguaje- y no lograrlo. Es siniestro, más siniestro, pensar en los destrozos del cuerpo, en la muerte como condición de posibilidad de la apertura del dialogo, para poder decir desde la ausencia.
Podría terminar problematizando el comentario Tort en su ensayo cuando dice “por esto, el performance es una suerte de terrorismo” que bien podría ir de la mano de lo terrorífico. Pero ello sería resbalar sobre otra posibilidad ominosa del cuerpo. Lo que se quiere apuntalar aquí es que en lo contemporáneo, artísticamente hablando, el cuerpo ha quedado relegado a lo siniestro. O se dice desde él. O se cede al caos con él.
Entienda usted que aquí, siniestro tiene que ver con suscitar.
Visto como lugar de inscripciones socioculturales, como soporte de codificaciones de las relaciones de poder, como campo de batallas (pensando en las luchas de representatividad, identidad, genero, raza y nacionalidad), el cuerpo debe reconocerse como una posibilidad ominosa. Lo ominoso, descrito por Freud en su libro Tótem y Tabú (1919), analizando el término alemán "unheimlich", refiere a lo siniestro, a aquello que pertenece al orden de lo terrorífico; aquello que suscita angustia y horror. “Lo ominoso,- puntualiza- sería siempre, en verdad, algo dentro de lo cual uno no se orienta”.
El cuerpo, según teorizado por Judith Butler, es, además de discurso-vehículo-espacio-destino de resistencias, un espacio de desorientación que puede estar poblado de signos, o ser un signo equívoco, o sólo -degradándolo a la cosa- ser un signo. Ello hace posible, entonces, adoptar el término ominoso para esta lectura sobre el cuerpo, porque el cuerpo, de hecho, es también un algo dentro del cual uno no se orienta.
Uno, dicho en primera persona refiriendo a cualquier yo, en el contexto de esta última oración significa que no es el yo quien se orienta en un proceso democrático dentro del cuerpo, sino que es el cuerpo, entendido ya como un espacio moldeado e invadido por discursos políticos y socioculturales, el que orienta; el que se manifiesta. Ello se ha venido discutiendo, teorizando o depurando desde principios de siglo XX.
Desde la década de los sesenta, con las primeras experiencias del arte corporal (Francois Pluchart, Yves Klein, Piero Manzoni, John Cage, Fluxus, Georges Bataille…), las posibilidades del cuerpo y el cuerpo mismo se han problematizado a tal punto que ya no sólo se habla hoy del cuerpo como un espacio de diálogo, sino como un espacio desde el cual el yo no puede decir todo; como un espacio desde donde el diálogo del yo con el mundo ya no puede darse, a menos que medie el cuerpo en el asunto. Hablo aquí pensando desde el performace.
“La palabra performance se utiliza para designar aquellas obras temporales hechas principalmente por artistas plásticos en las cuales el cuerpo mismo del artista es el material principal utilizado para la producción de dicha obra." (Rivera, 2002) El performance, entonces, puede mirarse como una suerte de producción corporal que produce signos; es decir objetos, fenómenos o una acción material que, por naturaleza o convención, representa o sustituye a otro. Un signo es un indicio, una señal, una figura, una unidad de lenguaje.
“No es casual que el performance haya surgido entonces como un desplazamiento de artistas plásticos buscando redibujar las fronteras del lenguaje pictórico y rompiendo con esquemas de significación ya obsoletos (el cuadro, la escultura, el dibujo). En este contexto, el cuerpo se ubica en el centro del escenario del arte, el cuerpo como signo en la frontera del diálogo. El cuerpo es, así, el medio de expresión de una nueva grafía. (Tort, 130)”.
En su ensayo, Dermografía: Cuerpo(y)signo en el arte del performance (2004), Bernat P. Tort define la grafía -el signo- como dolor, y el cuerpo como el lugar de las incomodidades. A la luz de tal texto, la incomodidad podría definirse como la imposibilidad del dialogo; como el asedio de discursos frente a los cuales el cuerpo es el único capaz de decir.
Claro, las posibilidades del decir del cuerpo no sólo se han problematizado, sino que también se han investigado y refinado en proyectos mercantiles, mediáticos y de publicidad como estrategias para lograr el consumo masivo. De hecho, esta última ha logrado la creación y recreación de cuerpos y su mercantilización difundiendo modelos a seguir a partir de construcciones de percepción e identidades visuales. Juan Carlos Gaudí, en su libro El cuerpo en venta: Relaciones entre arte y publicidad (2000) habla incluso del cuerpo impreso, del cuerpo que se vende, objetualizado, que no es otra cosa que una posibilidad ominosa del cuerpo en lo contemporáneo.
Hablo aquí de posibilidad ominosa del cuerpo y no de cuerpo ominoso pues lo que pretendo no es hablar del cuerpo siniestro, sino de las posibilidades siniestras del cuerpo de suscitar angustia y terror desde y con el propio cuerpo. De ahí, que Bernard Tort insista en su ensayo en que el dolor es una forma de decir que “a pesar de no tener voz, tiene grito, alarido, gemido”.
Y no es que el yo no tenga voz. El mundo está poblado de palabras, de discursos, de voces. Aquí se habla del arte y de la posibilidad de decir en medio de un mundo ahogado en el caos de las representaciones, las relaciones y las interferencias; ahogado en el caos de la materialidad y de los símbolos. Decir entonces con el cuerpo, desde el cuerpo, “lanzarse hacia la fibra misma de la materialidad” como señala Tort, “hacia la corporalidad”, parece ser, artísticamente hablando, la única posibilidad en tiempos en los que la desorientación ya no es signo sólo del cuerpo, pero es el cuerpo, por lo humano, lo que el otro puede reconocer.
¿No es acaso siniestro, doloroso, incomodo, desorientador eso de distorsionarse el cuerpo, hacerse marcas con los dientes propios, quemarse y cortarse los brazos, guardar un pergamino en la vagina, enterrarse tachuelas y cortarse las palmas de navaja con las manos; eso de cortarse diseños en la espalda? Pues si, y todo ello, además, es una forma de decir. Son performances de Ana Mendieta, Vito Acconci, Diamela eltit, Carolee Schneemann, Gina Pane y Ron Athey respectivamente.
Sin embargo es también siniestro convertir el cuerpo en un espacio público frente al ojo de los espectadores, o a su merced. Asumir la violencia con el cuerpo, aun sabiendo que el cuerpo se violenta contra sí. Es siniestro además decir, o querer decir (anclándome en la imposibilidad) con el cuerpo -pensándolo como signo, como unidad mínima de lenguaje- y no lograrlo. Es siniestro, más siniestro, pensar en los destrozos del cuerpo, en la muerte como condición de posibilidad de la apertura del dialogo, para poder decir desde la ausencia.
Podría terminar problematizando el comentario Tort en su ensayo cuando dice “por esto, el performance es una suerte de terrorismo” que bien podría ir de la mano de lo terrorífico. Pero ello sería resbalar sobre otra posibilidad ominosa del cuerpo. Lo que se quiere apuntalar aquí es que en lo contemporáneo, artísticamente hablando, el cuerpo ha quedado relegado a lo siniestro. O se dice desde él. O se cede al caos con él.
Entienda usted que aquí, siniestro tiene que ver con suscitar.
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Bibliografía
Pérez Gauli, Juan Carlos. El cuerpo en venta: relación entre arte y publicidad. Madrid: Ed. Cátedra, 2000.
Rivera, Nelson. Puerto Rico: Performance y violencia, arte y criminalidad, en Dorian Lugo, ed., Saqueos. San Juan, Puerto Rico: 2002, editorialnoexiste, ensayo 1 (12 pp. Sin numeración.)
Tort, Bernat. Dermografía: Cuerpo(y)signo en el arte del performance. Catálogo Trienal Poli/gráfica de San Juan: América Latina y El Caribe. 2004.
Bibliografía
Pérez Gauli, Juan Carlos. El cuerpo en venta: relación entre arte y publicidad. Madrid: Ed. Cátedra, 2000.
Rivera, Nelson. Puerto Rico: Performance y violencia, arte y criminalidad, en Dorian Lugo, ed., Saqueos. San Juan, Puerto Rico: 2002, editorialnoexiste, ensayo 1 (12 pp. Sin numeración.)
Tort, Bernat. Dermografía: Cuerpo(y)signo en el arte del performance. Catálogo Trienal Poli/gráfica de San Juan: América Latina y El Caribe. 2004.
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