Publicado originalmente en: http://www.lacalleloiza.com/?p=2634
Fotos: Migdalia Luz Barens-Vera
El hijo, recién salido del
closet, muere repentinamente tras una paliza. Sus dos hermanas, una más que
otra, pero ambas re-hermanadas ante la pérdida, lo resienten y lo lloran. En
cambio, la madre, dura y seca, no puede reaccionar naturalmente, siquiera ante
el cuerpo casi florecido de su hijo; ha perdido la capacidad de llorar en el
trajín de ser matriarca, de haber sido esposa varias veces, por no tener dinero
suficiente para llevar con toda pompa su apellido. Pero ha quedado un hombre
que lo llora y que lo lucha, a su forma. Andrógino él, vestido de mujer cuando
le da la gana; es el novio presentado a la familia por el propio hijo poco
antes de morir. Al margen, una vieja nodriza que entra y sale de la casa con
sus supersticiones, movida por la ancestral sabiduría del espíritu. Sabe todo,
le preocupa la familia, huele la podredumbre, se comunica con sus muertos a
través de las plantas del jardín, su espacio favorito. Para completar el
cuadro, hay un joven abogado, idéntico al hijo muerto, que parece ser la
redención para la madre; uno de esos hombres que ha metido en su vida, a su
casa, tratando de llenar urgentemente cierta parte del vacío. Pero el abogado
es un falso amante, sátiro por ratos, siempre interesado y macharrán.
El caso es que todos
coinciden a la hora de la cena. La mesa es el espacio del conflicto. Asedia el
hambre, pero las verdades son el plato principal. El novio exige, ante todos,
que la madre aclare cómo murió el hijo. Ella sabe. Lo ha ocultado o ha callado.
Al final, habla por primera vez desde las vísceras. Se queja paralelamente de
una sed que casi la atormenta. Tiene sed, mucha sed, insiste. Entonces uno la
comprende. La nodriza no se ha equivocado de olor. Sabe que hay vivos que están
muertos y muertos que están vivos. La nodriza no tiene sed ni hambre, sólo
ganas de cruzar al otro mundo con los suyos, de moverse en paz, de dormir tranquilamente.
Al final, baila hasta desaparecer. Las hijas también bailan junto al novio,
pero con la conciencia entonces de la belleza de la muerte y de la vida; los
dos estados del ciclo natural. El novio sale de la familia y de la casa. El
abogado antes que él. A solas, la madre respira y comprende lo que queda. La
hermana más apegada a la nodriza ha madurado para el bien de la familia. La
otra sigue débil. Al borde de la mesa, que es también el patio de la casa, el
jardín sigue creciendo. La hija más madura llena de agua el vaso de su madre.
La madre bebe finalmente en desespero ante nosotros.
Así resumo la acción en
Oh! Natura, la recién estrenada obra teatral de la dramaturga boricua Sylvia
Bofill, presentada del 5 al 14 de abril en el Teatro Victoria Espinosa en
Santurce como parte del 54 Festival de Teatro Puertorriqueño del Instituto de
Cultura Puertorriqueña. La misma, contó con las magistrales actuaciones de
Norwill Fragoso (Betunia, la hija madura y firme, pero no querida), Kisha
Tikina (Lola, la hija querida pero débil, modelo internacional obsesionada con
las cirugías plásticas), Magali Carrasquillo (Maribel, la madre dura, cabeza de
los Santillá), Yan Cristian Collazo (Pedro, el hijo fotógrafo que muere;
Osvaldo, el abogado joven y arrogante), Mickey Negrón (Federico, el novio del
hijo, repostero de profesión) y Awilda Sterling Duprey (Amaro, la nodriza de
paso lento, encargada de alimentar y sanar a la familia).
La obra es clara. No se
trata meramente de la muerte de un homosexual y cómo maneja una familia su
pérdida entre los signos de la culpa, el desamparo y el discrimen. Por el
contrario, esta obra trata la naturaleza humana y sus pasiones, las retrata en
una familia tal vez no muy distante de las nuestras. Sus conflictos son
identificables y conocidos. Universales, sí, pero cercanos. Sin embargo, Oh!
Natura no se centra en un tiempo específico ni en nacionalidad. Así, la familia
Santillá, protagonista en primer plano, ornamental, caótica y raramente
funcional, sirve como imagen a través de la cual se aborda el disloque o la
transfiguración contemporánea de la familia como institución. No obstante,
también sirve como metáfora a través de la cual ver y confrontar nuestro
aprendizaje social, la realidad del país, incluso lo que somos: olvidos,
memorias, conductas, naturalezas, artificialidades.
A propósito o no, quizás
lectura personal o punto de vista, lo innegable es que Bofill hace de la puesta
en escena una sesión fotográfica. Desde su inicio, el flash de una cámara y el
ruido del obturador abriendo y cerrando le dan la sensación al público de estar
detrás del lente. Aunque el hijo fallecido es el fotógrafo, el público es quien
enfoca y desenfoca en cada uno de los personajes, en sus naturalezas, a lo
largo del escenario exagerado por una mesa expandida casi del mismo tamaño.
Resulta interesante cómo la mesa es a la vez el centro de la casa, o su eje
central. En ella, sin frontera establecida, convergen el adentro y el afuera,
la naturaleza viva y la naturaleza muerta. Es el comedor, el espacio de estar y
es el patio. En una de sus esquinas el abundante jardín vivo; una suerte de
refugio orgánico cercano a la tierra y a la vida. El resto es la oscuridad, lo
frívolo, lo podrido. La casa es un hueco, una imagen de carencia. En ella el
vacío.
Insisto en el vacío
reconociendo que el montaje insiste en él; también la escenografía, a cargo de
Rafael Trelles y Pepín Lugo, a no ser por el denso jardín, por el vaso casi
desbordado de agua servido a la madre en el cierre, por los bailes del final que
parecen llenar a personajes evidentemente faltos. Insisto igual en el vacío
porque caracteriza esta nueva dramaturgia. Eso, pensando que históricamente la
dramaturgia y la literatura nacional han insistido, más que menos, en trabajar
la casa, siempre llena, como metáfora para hablar de la isla o del país. No
obstante, en el vacío de Oh! Natura está el reflejo de un país, también de un
mundo.
Resulta interesante en Oh!
Natura la exploración de la identidad, del erotismo y del deseo. A la misma
vez, vale la pena prestarle especial atención a la estética de estos tres
elementos según han sido puestos en escena. Los vestuarios de Freddy Mercado, y
el tratamiento luminotécnico de Marién Vélez colaboraron exquisitamente al
discurso estético, bastante Camp de hecho, rememorando yo el término
reutilizado por Susan Sontag, en Against Interpretation: And Other Essays
(1966), con el que realza un tipo de estética de la cultura popular que pone de
manifiesto el artificio y la artificialidad por encima de la naturaleza. Camp,
que viene del francés Camper, significa posar de manera exagerada. Adoptado
tras en el posmodernismo, y en el lindero de lo kitsch, el termino ha referido
desde entonces a la ridiculización atractiva de la dignificación social y la
cultura masiva, incluso a una estética de transgresión, sofisticada, entre lo
clínicamente ideal y lo excéntrico, que toma como base la banalidad, la
frivolidad, el imaginario alegórico y el afeminamiento con cierto humor. Basta
con enfocar en los personajes, en la satirización de los roles de género, en
las flores plásticas, en los chorros de luz, en el constante uso de lo absurdo,
en la escarcha.
Así, en Oh! Natura, las
pasiones humanas, las emociones y los arquetipos identitarios son retratados en
su esplendor y en su quiebre. Su dramaturga y directora escénica se ha
encargado de tratar los detalles con cuidado. Y eso se disfruta y se agradece.
No todo es perfecto en la obra, sin embargo. Los personajes son demasiado
arquetipos. La nodriza con sus ritos ancestrales, ícono de nuestras tradiciones
africanas, es negra, la modelo internacional es flaca, la indeseada y más
madura de todos es gorda, la madre pomposa aún en la carencia no pierde su
glamour, el hombre vestido de mujer no tiene ni la sombra de su barba, por
ejemplo. Podría ser interesante tal vez una disparidad exagerada entre conducta
y físico. Pero esto es sólo un capricho a partir de mi lectura. Aún así, en su
montaje ganó la elegancia, el texto y las excepcionales actuaciones del elenco,
así también la exquisita labor del equipo técnico. Coincido
con Lowell Fiet en su reseña sobre esta misma pieza, titulada “Oh! Natura y el
espacio horizontal”, cuando dice, pensando en el junte multidisciplinario de
artistas en la puesta, que “como conjunto reviven (…) el sueño de un teatro
profesional en Puerto Rico”.
En fin, llena de
claroscuros y colores, Oh! Natura definitivamente es una obra memorable, a
recordar. No todo se ha dicho acerca de ella, pero tengo la certeza de que
generará muchas más lecturas. Mientras tanto, Bofill trabajará nuevas apuestas.
Sabiéndolo, queda uno esperanzado. Y contento, muy contento, por contar entre
nosotros con una dramaturga tan brillante y contundente.
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