Los sueños, según el
psicoanálisis, son el resultado de nuestra propia actividad anímica,
representada o manifestada a través de imágenes visuales y sonidos que
acontecen en el estado de profunda relajación fisiológica llamado sueño. Los
mismos, proyectados desde el universo simbólico, muestran interrelaciones
comunes y no comunes que reflejan algún aspecto del inconsciente o de la vida.
No obstante, según el Surrealismo, esa vanguardia artística de principios
del siglo XX que tomó como base el psicoanálisis para sus aproximaciones al
mundo onírico, aunque en particular la obra La interpretación de los sueños
(1900) de Sigmund Freud, los sueños pertenecen a un plano diferente, alterno y
superior, donde la libertad reina. Por ello, los surrealistas reivindicaron el
sueño, junto a la escritura automática, como una de las vías fundamentales de
la liberación de la psique, la fuerza vital del alma humana.
Comparto aquí ambas
acepciones del término pensando que sirven muy bien para enmarcar un comentario
acerca de Soy el Leife, el pájaro malo, el más reciente poemario de
Nelson Ricart-Guerrero, publicado bajo el sello de Erizo Editorial. Esto,
tomando como punto de partida que el espacio de la poesía en esta propuesta,
que en palabras de su autor sirve también como una pequeña obra de teatro, es
el de los sueños, ese espacio surreal, onírico, de encuentros, donde se da lo
imposible en el lindero de la realidad y la fantasía. Sin embargo, no es este
poemario acerca de los sueños. En todo caso se centra esta propuesta en un
sueño: el sueño del deseo, que mirado psicoanalíticamente podría tratarse del
deseo en sí.
De esta forma,
Ricart-Guerrero nos presenta una exploración poético-onírica-teatral en la que
se enfoca en el deseo, pero en el deseo como búsqueda. “¿Qué te puedo ofrecer yo, que ando/ buscando?”(p.27). Esta pregunta, que es también una estrofa, tal vez
resume la intención fundante de la propuesta poética, o su conflicto.
El Leife es
un hablante lírico que, desde un estado carencial, ha emprendido una búsqueda a
fin de resolver su carencia. Sabe el lector, a través de la lectura, que lo que
busca, o lo que desea, es el amor, o al menos una mirada amorosa o un abrazo.
No obstante, -esta propuesta es deliciosamente homoerótica- el Leife precisa de
otro a través del cual lograrlo. Así, amor y amante, se configuran como objetos de deseo. El conflicto,
sin embargo, radica en su consecución. Ante esto, el sueño y el transformismo
aparecen como estrategias para el logro.
El sueño es el espacio
donde el pájaro malo, buscador del amor, deseante, se transforma una y otra vez
a conveniencia del otro, o del deseo, a fin de convertirse en el amado.
Igual, y a juzgar por la constante voz en primera persona, también se
trasforma en ese otro. El transformismo es, pues, pensando aquí en el ritual
performativo de transformación de la realidad a través del cual se hace posible
transitar de una identidad a otra mediante la caracterización, la artimaña, el
señuelo, la añagaza.
“Soy el leife, el pájaro
malo
el que sabe volar” (p. 14)
“Soy partículas y polvo,
carne de éter
canto de aves con plumajes
de múltiples
colores, y mujer con senos
grandes
También soy hombre de pelo
en pecho
Puedo ser agujero,
caverna, lugares
de goce, lecho de majagua
y canto
de sirenas nostálgicas”
(p.15)
“Me transformo en materia,
soy lo que
tú quieras… desde árbol
frondoso, hasta
cuerpo convertido en
altar…
Estoy en todas partes.” (p.16)
De hecho, el texto de la
contraportada, a continuación, da cuenta, con cierta martingala, es decir, con
artificio o astucia para la trampa, de un proceso de transformismo, digamos
semántico, que no sólo ha dado pie al título del libro, sino que uno asume
debió haber servido para la escritura de esta propuesta poética-teatral, así
como para la caracterización del personaje poetizado.
“La
utilización del nombre Leife, tiene su origen en la palabra Loefa´ah, que
transcrito fonéticamente del árabe hablado en el Magreb, designa a las
serpientes venenosas. Por eufonía, el autor ha transformado esta palabra en
Leife. En la tradición nórdica, Leife existe como nombre y se refiere al
-descendiente, al amado heredero-.
En la
iconografía cristiana se suele representar al Diablo como un ángel caído cuyo
cuerpo recuerda el de una serpiente con alas. En República Dominicana la
expresión “pájaro malo” designa tanto al demonio como a las culebras y serpientes.
Apocopando el término, se designa a estos reptiles con el nombre de “pájaro”,
que es también una manera popular de llamar al homosexual.”
En ese
sentido, el Leife, el pájaro malo, es ficción y realidad, es deseo y es
carencia, es hombre, pájaro y mujer, es malo y bueno, es un diablo, una
serpiente emplumada venenosa y es un ángel; es todo al mismo tiempo y
sucesivamente, un ser o una psique que busca y espera y busca “como un niño con
hambre” (p.19-20) ser el amado nuevamente. Y digo nuevamente, porque a lo largo
del poemario de 54 páginas, hay una evidente conciencia y una sapiencia vieja
del amor manifestándose. Incluso la seducción o el transformismo parecen ser
estrategias para el regreso a algo, para el olvido de algo, para librar la
culpa de algo. Pero el sueño en el poemario es un espacio de misterio y confusión.
Los objetos de deseo, el amor y el otro deseado, son nuevos y no. Eso, aunque
uno sospeche que este libro encierra una historia de amor.
Aquí nos
encontramos para amarnos
sin tiempo,
en un derroche de cantos
y cenizas de
fuegos antiguos” (p.23)
“Soñar que duermo y que
soñamos, soñar
que contigo me despierto,
soñar que en el
mundo misterioso que
soñamos, con nuestros
cuerpos se visten nuestras
almas, para rehacer
en el sueño lo que en vida
desde hace tantos
“Aquí estoy
abriéndome de brazos para
recibirte entre
mis huecos y arroparte
con mi aliento
tibio que se convertirá
en bruma
sobre tu piel resbaladiza
como mis
ansias, mis culpas y mis
manos que
untarían de placeres tus
relieves,
olvidándome del mundo que nos ata
y nos empuja
uno contra otro
para que nos
amemos” (p.24)
“Si aceptas que te abrace
sentirás mi
corazón contra tu pecho,
seremos
compañeros de ruta y
olvidaremos
aquellos nidos de la
soledad que han
preparado este encuentro”
p.31
Sin embargo, el encuentro
adentro del sueño es simulacro. “El simulacro es rito que nos abre portales
infinitos”, dice la Voz (p.45).
Con respecto a la Voz, no
quiero que pase por desapercibido, que además del Leife y el otro, en el sueño
hay una Voz, también lírica pero consciente, que sirve como voz de la
conciencia, como guía, narradora y testigo. Tal como dice en la contraportada
del libro, “la Voz que se escucha puntualiza el entorno guiando las palabras
por el juego de la seducción”. El regalo (p.27), el misterio (p.27), el abrazo
(p. 32), el temblor (p.36), el lugar (p.41), el vértigo (p.45), son algunas de
estas.
Tampoco debe pasar por
desapercibido el entorno que puntualiza esa Voz, puesto que ese entorno, ese
ambiente, es la geografía del sueño, y el sueño es el deseo. Así, y aunque es
simbólico, ese entorno da cuenta del mundo caótico del que sueña. No sorprende
pues que el entorno del sueño esté sacudido por desastres, catástrofes,
temblores, incendios, vendavales con polvo de desiertos. Ello, a su vez, da
cuenta de una convulsa y excitada naturaleza del deseo.
Cuestión de resumir, este
libro poetiza el movimiento afectivo hacia algo que apetece. A la vez, pone de
manifiesto la aún vigente y humana necesidad de un otro para la consecución de
la experiencia amatoria. Con esto, y con una estética particular y brillante,
Nelson Ricart-Guerrero ha llevado el homoerotismo a un plano universal,
visibilizándolo con carencias y necesidades comunes a todos los de nuestra
especie. Creo que ese es uno de sus logros más sublimes. No obstante, hay una
conciencia y un subtexto en ella que no ignora el mundo hoy, ni las mentiras
del Bien, las voces lejanas, el polvo de la historia, el miedo, la naturaleza
de la marginación hacia el homosexualismo. “Nuestros cuerpos hacen temblar al
mundo” (p.37). “Somos un puñado de ceniza abandonado/ al mundo” (p.38). “Hombres
así pueden violentar el/ silencio de las aguas lisas...” (p.20)
Tampoco el deseo ignora.
Desde ahí, también se cuestiona. ¿Quién soy yo? ¿Qué o quién es el otro
realmente? ¿Qué o quién es esta Voz?
“Si sucumbo al sembrarte
es como si
penetrase un mundo sustentador
de
sueños ignorado por miedo
e
identificado con las
llamas del infierno
y permaneceremos unidos
por estas
cuerdas de yagua que hacen
de
nuestros cuerpos uno, en
esta fiesta
bravía con la que volarán
tantos pájaros
como brujas en los cuentos
y este
gozar de los cuerpos será
agüero y
melodía de esta unión que
nuestras
almas al encontrarse han
querido
Asumamos pues la fuerza
que esta
relación implica
dejándonos sucumbir
al aliento compartido” (p. 35)
Creo también que otro
acierto en este libro, es el cómo se transparenta la carencia a través del
deseo. Pienso en Lacán cuando dice que el deseo es
siempre la carencia de algo, y que cuando no se resuelve esa carencia, estoy
parafraseando, el que desea crea fantasmas, artificios imaginarios y
representaciones sustitutivas para aplacarla. Ha acertado el poeta al
establecer el sueño como espacio. Ahí, el catálogo de artificios imaginarios y
representaciones sustitutivas.
“En mi sueño…/ Imagínote
mar, suéñote deseo” (p.19)
“En los mitos que me
invento dos
cuerpos al rozarse se
convierten en
tierra devastada por
incendios” (p.37)
En fin, Yo soy el
Leife, el pájaro malo, es un poemario que encierra un mundo onírico en el
que el deseo y los objetos del deseo son posibles, aunque en el sueño también
tenga que emprenderse una búsqueda con artimañas cuestión de lograrlo. Como
espejo donde vernos, este poemario refleja nuestra naturaleza del deseo; la
apetencia humana, a la vez que pone de manifiesto, muy a la par con los planteamientos
Freudianos, el hecho de que el deseo transforma
nuestra realidad.
En mi caso,
no había tenido el placer de leer una propuesta poética que tratara el deseo de
esta forma. Mucho menos me había topado con un homoerotismo poético tan
elegante y tan bien anclado en la tradición Caribe. Y esto lo digo,
porque aunque el Leife tiene todo el origen y una genealogía occidental detrás
del nombre, el pájaro malo, afortunadamente y para el gusto de todos, es
nuestro, caribeño. En torno a él y sus alas, las majaguas, la yaguas, las
caracolas, el mar, los perros en la noche de Gazcue.
“En este
lugar donde los pájaros
contestan
mis silbidos, reconoces mi
canto que
conmueve, sabes que estoy
Si me
buscas, déjate guiar por la
sombra del
jobero, por el olor de sus
hojas y de
sus frutos maduros
Me gusta la
acidez dulce de los
Me gusta
librarme a la ilusión” (p.23-24)
*Este texto fue escrito
para y leído en la presentación oficial del poemario, el jueves 9 de mayo de
2013, en la Librería Libros AC Barra & Bistro en Santurce (San Juan, Puerto
Rico).