miércoles, junio 05, 2013

12:38 p.m.


En cualquier punto de la aguja un día
abres los ojos
miras los huesos del amor enroscados aún en torno tuyo
y crees, entre la claridad que carga el polvo 
y los espejos,
que eres único;
sueltas las manos por su espalda, entre los pliegues
tocas 
y respiras suave en la certeza de la calma.

Estás bien, te dices.

Te miras entre adulto y tornasol
buscas la boca del amor, te tardas en su axila
como si no importara nada.

Y nada importa realmente, a fin de cuentas
estás tú y él sobre una cama al pie de un ventanal
en un rincón del globo.
Eso basta.

Para luego grabas la imagen y su olor
la ruta del sudor, la ternura refugiada de las barbas
hasta que luego es otro punto de la aguja
cualquier día
y la imagen que grabaste te regresa.

Entonces reconoces que ese amor ha dependido de esa cama
que la ternura refugiada de las barbas es la moda
que los pliegues que tocaste no son tuyos
y que debes a unos huesos la mentira de creerte.

Tratas de decirte que estás bien, pero no puedes.
Escribes una y otra vez el mismo verso.
Supones que es cuestión del día y de la falta.
Te convences fácilmente otra vez y piensas
en dormir, en que amanezca y vuelvas
a mirar junto a tus dedos
en otro punto de la aguja, otro día
una imagen del amor que te convenga.