jueves, febrero 07, 2013

Nada de piras, nada de Didos, nada de Cártago
Mi madre y yo lo quemaremos todo.
Le he visto sus ojos arrancados esta noche
sus huecos, sus uñas comidas al ras
la rabia idéntica a la mía y sé:
mandaremos al carajo todo, pronto
al mismo tiempo
tarareando el himno del llanto evaporado.
Tomadas de la mano, hartas
abriremos nuestras cajas
limpiaremos uno a uno nuestros fósforos
la sal cristalizada en las cabezas
para luego en un regreso hacer el fuego.
Coronadas, quemaremos nuestros hombres y sus sillas,
las tazas manchadas por la envidia de los besos
las sábanas por cubrir tanto
los cordeles, la nevera, las muñecas;
quemaremos el sofá, los seis televisores y los carros
nuestra ropa incluso, ya deshilada por sus barbas.
Quemaremos la vajilla, las navajas
los hilos de plata, las ventanas
y luego, ante la luz y ante los gritos
huiremos en un taxi
a dormir en un hotel los trece años que perdimos
abrazadas ambas
al cisne de toalla que han de dejarnos en la cama
hasta que todo tras los párpados pierda sus letras y se rinda
y ya no haya hogar, ni escápulas
ni teces de jengibre, ni potes de pastillas
sólo un vuelo controlable de cenizas sobre viejos azulejos
el árbol de mangó quemado
los cartílagos tostados
las perras sueltas por la urbanización
y los bomberos, la fiscal
la policía acordonando de amarillo, para nada
el perímetro de un vacío asesinado.
La casa de mi tía
La casa de mi tía es un hotel
donde mi madre duerme a pata suelta, hundida 
en el olor de las hermanas.
Es un donde en el que logra desprenderse
del recuerdo y de su forma
de haber sido, hasta hace horas, la esposa ilusionada
equivocadamente lejos de lo que soñó de niña
lejos, como un globo hinchado de helio que se pierde
hasta el cielo y luego explota
sin saber cómo se permitió llegar a aquella altura
a tal ebullición interna, como para dejarse ir
y luego reventar sin eco en el vacío.
Pero la casa de mi tía es un hotel
y mi tía cuida ahora el sueño de mi madre
aunque mi madre esté drogada y mi tía niegue, una y otra vez
que su casa es un hotel
porque ella también insiste en quemar la casa con su hombre adentro
y luego huir
en taxi ahumado
descalza y sonreída ante los perros de la aduana
a un hotel de Bocachica
a dormir los 15 años que perdió haciendo pan todos los días
cuestión de que su hombre regresara cada tarde
siguiendo un camino de migajas
a pesar de tantos pájaros.

Martí con Suau. Número 955.
He hecho el pan y lo he comido.
He sido el pan, me han hecho y me han comido.
No has sido el pan
nada te ha hecho
yo me mentí ya tantas veces
que no sé
si alcanzé a comerte
esos tres años que perdí fuera de casa
en esa casa
donde fui contigo
siempre pan recien horneado.
Junio
Yo nací en esta sequía
veintisiete años lejos.
No me imaginaba en los espejos
en el abrazo de mi madre por los hombres
ni en los hombres.
Nadie sabía de mi sed un día
no sabía yo que estaría amándote a los veintesiete
que te irías
que los aviones iniciarían su despegue en mi mesa
que cortaría el pan, atónito y jodido
y guardaría tus raciones en un frasco
contra el hambre
por si acaso un día necesitas 
un camino.
Calle Condado
Es Julio ya y afuera llueve por primera vez sobre los marcadores.
Los aviones se disparan hacia todas direcciones.
No he comido y no he huido.
Sigue guardado el pan, pero hay una ciudad hambrienta.
Espero entonces caminando
afilándome los dedos
vestido de paloma turca yo también
igual que todos de este lado de la aduana.
Agosto
Escribo tratando de decirme cosas.
Tengo miedo a estar solo 
y escucharme.
Sobre mi cabeza cosen el vacío los aviones.
Te has ido y trato de decirme -huye de la mesa
abre el frasco
quema todo-
pero entre el silencio de las cosas
escucho todavía tus turbinas en mis ojos.