domingo, marzo 02, 2008

El martes pasado

Después de la universidad, fui a la playita favorita de cuando era chiquito, en el sector Los Frailes, aquí en Loíza. Queda a siete minutos de distancia desde mi casa, pero no había vuelto desde hace más de doce años, cuando en mi casa éramos tres y pescar era un detalle familiar. A la izquierda una peña donde aprendí a pescar con mi mamá a mar abierto con azuelo. El cocal, todas las palmas, el sargazo y la basura que se orillan después de la crecida del Río. Con los pedazos de madera que dejaba el mal oleaje hice una silla alguna vez con mi papá.

Cuando miraba en panorámica miraba adentro de un recuerdo. Pero lograba poco. Todo cambió. Yo sólo quería entrar por allí para después caminar hasta la desembocadura. No sé qué hora era, pero era temprano. El día estaba borroso y yo melancólico, para variar. El sol brillando en lapsos. La ventolera y los parchos de nubes anunciando lluvia. Pero de pronto un par de pescadores a punto del trasmallo.

Me había prometido desde hace casi dos años que no iba a volver a pescar. No más después de haber visto los peces cara a cara aquel sábado de gloria. Y no lo hice. Pero la procesión de la mañana me obligó a hacerme parte.

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Me jode que el capitalismo ciegue. Los que vivimos acá no nos pensamos casi nunca metidos en una isla tropical en El caribe. A no ser por el calor, por la época de huracanes, por las playas. Tampoco casi nunca pensamos que nos quedan culturas de mar como en las otras islas. Ahora pienso en lo que dijo Emilio, un amigo italiano que vino de intercambio a la universidad. Una vez le pregunté que cómo pensaba El Caribe, no el mar, sino la región, desde Italia. Me dijo que él y casi todos por allá pensaban que El Caribe era aquello que veían en los posters de las agencias de viaje. Mujeres con flores en el pelo, parejas felices abriéndose paso en una lancha de madera entre los mangles, mesas servidas con pescados frescos y langostas como si acá no se comiese otra cosa, gente vestida de colores brillantes y ropajes blancos, todos sudados, comiendo frutas como si en cada casa hubieran árboles frutales; los jugos bajándole entre labios como detalle regional. Y me da risa. No somos ni siquiera la pava del jíbaro, ni las casitas de madera y zinc de la carretera central bajo los flamboyanes. Tampoco una nación de nadadores. Más del cincuenta por ciento de la población isleña no sabe nadar. Con suerte somos vegigantes y Calle San Sebastián y las máscaras de Hatillo y el Festival de la patita de cerdo y del acabe del café y algunas de esas otras cosas una vez al año.
)

Me sentía en otro país. Todo era raro. Los hombres en un trance, viviendo de la pesca, en un ritual diario. Los viejos saliendo entre las palmas para ayudar a halar las sogas. Muchachitos que comenzaron a unirse salidos de sabe dios dónde. En los bolsillos llevaban canecas de ron. Fumaban cigarrillos pero olía a marihuana.

Había que tirar el trasmallo en media luna desde una lanchita sin motor. Después el plomo de las redes tocando el fondo. Luego los peces brincado en acorrale, la adrenalina de todos nosotros tratando de saber qué sacaríamos del mar esa mañana. Era un proceso. Al fin y al cabo no logramos mucho.

Nadie se percató de que el trasmallo estaba roto. Los peces grandes de seguro habían escapado. Además, los que halábamos la soga habíamos brillado por la lentitud. Nada. Le quitamos al mar uno que otro balajú espada, palometas y jareas, una cocolía, peces loros y sardinas. Yo no había hecho mucho esfuerzo pero los pescadores querían regalarme peces por haber estado allí. Y no acepté. No era mi ritual. Yo sólo estaba allí para tirarle fotos. Como intentando algún documental para National Geographic. Muy ridículo yo. Pero asombrado. Llegaron a preguntarme que de dónde venía. Le contesté, con mi supuesta cara de turista, que era de allí. Vecino suyo.

No sé. El hecho es que no dejo de pensar que estuve en El Caribe estando a siete minutos de mi casa. Que no quería pescar por no ver a los peces. Y sin embargo ví. Los vi morirse. Y sentí la vigencia de un poema viejo.

2 comentarios:

nicolececilia dijo...

tan cabronas las fotos, me dieron hambre

vangeor dijo...

Si... lo leí por segunda
vez buscando algún detallito
de mí.

Lo encontré,
fui un trípode.