domingo, julio 30, 2006

Traducción y fragmento de un cadáver exquisito frente a un mar azul-marrón desde una torre en movimiento.

el agua, aquí abajo, aquí adentro, el mundo es todo agua, los pájaros son hoy-también-de agua, silban con un mar de viento entre las plumas, tienen líquido el pico, rebuscan con el canto el mar del agua.

hoy llovió.
y lloverá mañana.
otra vez. denuevo.

y lloverá porque los ojos gritan lluvia, por que las islas son sedientas, porque la arena de las costas necesita la humedad, que es la nostalgia de nosotros.


30.7.06 Nicole Cecilia Delgado. Xavier Valcárcel de Jesús.

30.7.06

días como hoy, me acuerdo deque cargo nubes tras los ojos yque tengo un mar rabioso en todo el cuepo colaborando con el ciclo. ciclo de agua. digo.

jueves, julio 27, 2006

27.7.06


Te falta aleta. Pez.
Te faltan dientes. Dentadura cortante como los filos de una lata abierta.
Te falta aleta. Hembra.
Más carne. Hambre.
Tengo un tentáculo de sangre que te espera.

Te falta aleta. Ojos.
Un sondeo panorámico. Mirada de helicóptero.
Heliotropo. Ágata. Gata de mar.
Necesitas enterarte de que nadas sola.
En mi mar ya no hay gaviotas.
Mi mar de oleaje crudo. Mimar.
Molusco. Huyeron los albatros.
Los pelícanos se han ido a engullir sardinas en las playas de los hombres.
Tigra. Tiburona. Nadas sola.
No hay ojos de vidrio. No hay coastguards detrás de ti.

Destrózame. Nada. Enséñame de agallas.
Me corto. Te dejo estelas rojas sobre el agua.
Olfato. Nariz. Te falta todo.
No esperes a que una lancha de indocumentados me recoja.
No esperes a que una hélice me vuelva abono de corales.
No esperes a que los pájaros sin mar me desmenucen.
Cómeme. Arráncame el cartílago.
Mi carne blanca espera.
En cama. Espero tu mordida.
Escamas. No quiero que te escames.

Imagen: José A. Monge Rendón. Escapade 005. 2006. Fotografía digital.

viernes, julio 21, 2006

21.7.06

metalurgia. sol-sudor. y fuego. los ojos corren detrás de los cristales. choques de cemento, cablería, columna vertebral de líneas blancas sobre la brea. huir. los puentes cruzan las cabezas de los autos. no sopla el viento. gasolina y gas dermático. epidermis. jugos calientes. no estacione. luz roja. no entre. no vire en u. abanicos de hojalata. el aire no enfría. derrito. derrite. no me sabía un cuerpo de agua hasta hoy.

21.7.06

pasa que ya los legos no me causan gracia alguna
que el ketchup no es la sangre que manaba de mis action figures
que he perdido la mitad de las canicas del chinese chekers
que la cama se me hace más chiquita cada vez.
pasa que ya no guardo hojas en blanco ni libretas para nadie
ni pinceles para nadie
ni almohadas de colores para nadie.
pasa que derretí los arsenales de Crayolas con los que aprendí a construir
que mis amigos inflables han muerto
que la rana René se suicidó lanzándose al vacío de mi cama desde la cabecera.
pasa que ya no espero a nadie en mi habitación azul
que me salió una barba de verdad y no de tempera negra
que no soporto el Atari, el Nintendo o el Playstation
que las pistolas de plástico balearon mis ganas del otro
que ya no quiero un hermano
que ahora le creo a mi viejo cuando me dijo jamás
que yo soy hijo único
que yo nací de una probeta.

(T)-habitan-(t)


T)-habitan-(t) busca generalizar la imágen de los pobladores terrestres, de alguna forma dar cuenta de que todos somos un hábitat que puede ser y es habitado y de igual manera habitamos un hábitat donde nos habituamos y tenemos hábitos. Tampoco podemos perder de vista que nuestro hábitat habita a otro en el cual pueden haber más hábitats. Se busca desexualizar al habitante y hacerlo una imágen con la cual todo ser viviente se pueda identificar; sí, todos.

Quizás sea un objetivo demasiado ambicioso, pero todos tenemos nuestras utopías. Quizás si nos miramos como habitantes diversos las cosas serían más sencillas. Es difícil de explicar, porque se intenta hacer abstracta la imagen del humano.

Finalmente, lo mejor que define este trabajo es la palabra quizás, porque quizás es una invitación a la aventura; es una invitación a que el habitante viaje y se convierta en viajer@.

miércoles, julio 19, 2006

lunes, julio 17, 2006

Casi un monólogo de anemia y de desidia


Yo quiero que te sientas tan inútil como un vaso sin whisky entre las manos y que sientas en tu pecho el corazón como si fuera el de otro y te doliera. Yo te deseo la muerte donde tu estés, y aprenderé a rezar para lograrlo.
Coro de una canción mexicana

Se abrió el portón y le fue pa’ encima. «¡Hija de Puta!» Y ella, «¿Qué tú haces aquí?» Pero a diferencia de siempre fue ella quien alzó la mano primero. Salió desde el otro lado de las rejas y lanzó un bofetón sonoro quemando entre la oreja izquierda y el ojo. El empujón hasta la calle, las manos venosas, nudillos, un buche de saliva humedeciendo la camisa de él. Corrió y logró alejarse un poco «¿Por qué él no sale si es tan hombre? Que sepa que tú tienes marido, que tú tienes tres nenes conmigo.» Gritaba con el ego herido, en el medio de la calle, entre dos filas cromáticas de casas simétricas, una urbanización ajena. «¡Atrevida! ¿Cómo me preguntas que qué yo hago aquí?» El marido intentó agarrarla pero ella no lo dejó. Con una mano le hundió los pliegues de la cara, con la otra se hizo un moño de su pelo negro grifo y se acomodó el cuello de la blusa estirada de tanto forcejeo y tantas libras.

Agolpeado, el hombre sacó la mano, la empujó muy poco, le zarandeó la cara de un cantazo. «Por puta.» Pero ella bajó la mano gorda y se desquitó, lo abofeteó con más rabia, las marcas rojas en la piel. El pobre hombre, escuálido al fin, la agarró en un descuido y le propinó otra serie de golpes. Quería arrastrarla por el piso, barrer con ella, hacerla sangrar, por fin podría matarla. Después se encargaría de él, del otro, «el pendejo ese», el que estaba escondido en la cocina de la casa. La tenía agarrada por el cuello, inmóvil. Sacó una navaja de barberos, de un filo, de esas portátiles que se abren en dos y que él usaba para hacer cerquillos en la barbería. «No había necesidad de buscarte un macho Mariel.» «Suéltame Alex.» La navaja cerca de la yugular, se le olvidó gritar, «cinco años conmigo.» Los vecinos se asomaron por las ventanas. «Te lo he dicho mil veces. Tú tienes marido.»

Ella, la gorda infiel, la esposa del flaco, sacó fuerzas de adentro, gritó con más rabia que él, se lo quitó de encima como a un lagartijo. Lo abofeteó como otras veces, lo empujó. El hombre cayó sentado, tocando el pavimento con la carne mínima que tenía por nalgas, con la porcelana poquita de su cuerpo sin poder responder frente al ataque de su hembra. El sol brillaba entre las gotas de sudor que le bajaban por la frente, sobre sus pómulos hundidos de hambre, sobre la sombra gris de una barba que le hizo ilusiones en la preadolescencia pero que nunca floreció. La hembra sonrió para sí, dio la espalda y se internó en la casa ajena, le dio un beso en la boca al amante que no salió a la luz e intentó cerrar el portón de rejas blancas. Las ciento dieciséis libras corrieron hacia allá. Quería, al menos, tajearle la boca o la cabeza al otro. Pero no pudo. Ella logró poner el candado y poner su masa fofa, graso-rojiza, entre los dos. También logró tranquilizarlo. Fue fácil hacerlo caer sobre la brea de la mañana, golpearlo frente a los ojos del vecindario, decirle «niño, poca cosa, yo sí tengo necesidad, me casé con un hombre de carácter, no con un niño como tú.»

Reclinó el asiento del conductor hacia atrás y los ojos se le aguaron. Arrastró la cabeza de un fósforo sobre la caja y encendió el cigarrillo. Bocanada y calentón en el pecho. Bajó los cristales del auto y la brisa del mar desfiguró la columna de humo blanco hasta desaparecerla. Fumó con la izquierda. Con la derecha agarró una caneca por debajo del asiento. Estaba vacía. Encontró una llena debajo del asiento del pasajero y bebió.

Mariel lo dejó tirado sobre el asfalto, en una urbanización ajena, frente a la casa de su amante, con los ojos de los vecinos aplaudiéndole su poquedad. «Ojala te mueras. Te voy a matar.» El radio apagado, el oleaje de fondo, las nubes grisáceas moviéndose en silencio. «Un día de estos. Ya vas a ver.» Siempre lo mismo. Las mismas líneas, el mismo sentimiento de impotencia. Había escrito lo mismo en las paredes del pasillo con los creyones de los nenes, en las paredes blanco-hueso de su cuarto con los bolígrafos de promociones que le habían regalado, escritas con el lipstick de Mariel en el espejo circular del único baño de su casa. La misma casa a la que se mudó con ella, «la maldita casa a la que me mudé contigo, ¿Quién me habrá mandao? Estúpido, me pasa por amarte, estúpida, me pasa por estúpido.» Se puso la caneca entre las piernas, entre el volante del carro y los abdominales que se le habían dibujado en el estomago sin querer. Entonces se abofeteó a solas, frenéticamente, dentro del auto, estacionado frente a la playa, en el mismo sitio de siempre, junto a las dunas y los almendros, «por estúpido», debajo del palmar. Afuera las aves negras planeaban sobre un mar oscuro, deslizándose a toda prisa entre las ráfagas frías que corren desde el norte sobre el agua.

«Deja que vuelvas. Te voy a echar veneno, te lo juro por los santos de tus nenes, por mi santísima mai que está en el cielo. Te lo juro por tu dios que no es el mío y que no existe pa’ mí, que yo te mato cuando vuelvas. Te amo pero no. A mí tú me respetas. Yo soy el hombre de la casa. No tú. Gorda de mierda. Veneno de ratones pulverizado, mezclilla de pastillas, me vas a pedir que te cocine, habichuelas pa’ ti, habichuelitas pa’ la gorda. Deja que llegues contentita a casa, un día conmigo, seis días con otro, veinte en la casa de tu mamá. Pero yo sigo esperándote. Deja que vuelvas. Vas a volver. Tú y tus malditas ganas de cama, te voy a matar, comes en casa y comes afuera, y pensar que me ponías sonrisita de esposa satisfecha. Me lo creí, me puse ciego. Cabrona, por ti estoy como estoy. Me tienes loco gorda, y tú lo sabes, por eso no has vuelto, aunque me digas niño, hombre menos, estoy loco de amor. Amor mierda, no seas pendejo, escúchate chico, el doctor te dijo que tienes que romper con ese ciclo, cíclico te dijo, la voy a matar. A sangre fría. Mejor sin polvo de pastillas, sin polvo de veneno. Si tuviera una pistola vaciaría el peine contigo. Aunque me coja la cárcel. Te lo juro por mi pai que es lo único que tengo, los nenes con la abuela, saldría en dieciséis.» Bebió otro sorbo. Primero el ardor rompiendo la garganta, el estómago caliente, sube la bilis, los ácidos del vómito, otro buche de ron.

Mariel se había ido con otros estando con él. «Flacos ilusos, si se enredan con ella van a terminar como yo.» Menos de cien libras en dos años. Hambre y lágrimas. Anemia y desidia. Alcohol. «Si yo soy tuyo Mariel, no sé por qué no estas conmigo.» Se dio otro sorbo, caneca a la mitad, los jugos gástricos a punto de desbordar la bolsa plástica sobre el asiento opuesto. Ron y vacuidad. La tardé se le fue despacio.

Los huesos del brazo derecho no querían moverse. Lo arrastró lento, tardó varios minutos, empujó hacia sí la última onza de una caneca de Don Q. Estaba tirado en la sala de su casa, sobre un enredo apestoso de sábanas color vino, sudado de la luz azul de los televisores de la madrugada. «Me las vas a pagar toditas. Estoy decidido. Lo de tus hombres, los tajos del cuchillo, por volverme esto, por emborracharme aquella noche y por lograr una barriga sin que yo supiera ni tu nombre. Por las palizas que me has dao gorda grasienta, por alejarme de los nenes y entregárselos a tu mamá, por no dormir en casa, por querer divorciarte, por no hacerme el amor nunca, por violarme siempre, por no dejarme ser el hombre de la casa, el hombre que era antes, el que me enseñaron a ser.» Soltó la última palabra y el caldo de vomito traslucido le rebasó la boca. Cambió de pose. Se acomodó de lado, pegando el costillar de toro muerto sobre el matre, aguantando las losetas de cerámica para que no se movieran más.

Sonó el teléfono y supo que era ella. Respiró hondo. Descontrol de esfínter y garganta.

-Hello. Soy yo. Quien habla ¿Quién? ¿Hello? Sí, servidor. Eso es correcto. Ella es mi esposa. ¿Qué pasó? ¿Qué?-

Bastó con enganchar. Mala noticia. Alguien se le había adelantado.
Imagen: Xavier Valcárcel de Jesús. Josie (De la serie Inconformidades femeninas). 2006. Fotografía digital. 8" x 10".

sábado, julio 15, 2006

"Yo creo que es la luna cha"

Diabla, esto es pa' ti.

a veces creo que camino junto a ti por la arena de esas calles
y que veo con tus ojos de agua lo escribes con las manos
y que salto uno a uno los vagones de los trenes
que te alejan del oleaje de esta luna
que es idéntica a la tuya
que nos jode en la distacia por igual.

miércoles, julio 12, 2006

domingo, julio 09, 2006

Josmar


Imagen: Xavier Valcárcel de Jesús. Josmar. 2006. Fotografía digital. 8" x 10".

9.7.06

Después de las llamadas a distancia, ella en el sur, y yo en el norte (más al este), terminamos rendidos, casi muertos, embarrados de los jugos de este amor de lejos. Siempre me llama a eso de las 11:41, tardecito, cuando ya el vecindario es de los gatos, de la ratas recién paridas, de los murciélagos que vuelan entre palo y palo de mangó. Hablamos un poco. Estupideces al principio. Me habla del trabajo, de la universidad, de que nunca encuentra pizza con chorizos, que si todo es pizza con piña, que si tuvo una discusión con un taxista de la capital. Al final viene lo otro: el cambio de voz, el cerebrito, la tocadera. Las pajas me matan. Siempre se lo he dicho. Pero a ella le encanta. Dice que se moja más cuando me escucha en el momento comatoso, un trallazo blanco, un suspiro, ohhhhhgh.

Después de los segundos de recovery, de limpiarme con algún papel, alguna media, alguna camiseta deambulante sobre el piso, me pide siempre que le lea, que le hable con la voz de escritorcillo que me ha nacido con los años. Ahí entra la historia. El otro día busqué unos poemitas que le había escrito en su ausencia. Los había escrito en una libreta roja que encontré al azar. Tardé par de minutos tratando de saber en donde los había metido. Eran poemitas cortos, clichosos como los que siempre escribo, con una rima extraña, pero con rima. Al final de la noche se los leí. Siempre me pasa. Se queda dormida. Me quedo sólo, hablando con la maquina que cuenta los minutos de su tarjeta telefónica desde Bogotá.

El hecho es que buscando esos poemas hallé el manuscrito de una novela que escribí hace ya un tiempo. Claro, una novelita boba, sin investigación de nada; una mierda. Es tan así que nunca me atreví a culminarla. Está escrita en primera persona, una osadía, es como hablar en público en pelotas. O no. Es como hablar en público y ya. Comienza con lo que pudiera ser un breve monólogo. Pero en realidad no es un monólogo, yo nunca quise que el protagonista hablara solo, que tuviera un aside, un soliloquio shakespeareano. Aunque sí, el tipo vive con la soledad. El detalle es que el protagonista quiere vengarse de un alguien que él conoce pero que no lo recuerda a él. La novela empieza así:

"No hay nada mejor que sentarse en la azotea, frente al mar, a pensar cómo hacer un mal que ya te han hecho. Frente al mar la mente vuela. Frente a él se conspira, se medita, se inventa y se preguntan los por qué. Por eso subo todas las tardes. Llevo meses preparando la trastada. Tengo números, nombres, cantidades altísimas; tengo el sitio y la fecha. Sólo me falta hablar con él. Él apenas me conoce. Sin embargo, le conozco desde siempre. Pero no lo sabe. O no lo recuerda. Y yo lo recuerdo bien. Se crió con nosotros. Vivíamos en la Diez de Andino, a seis casas de distancia. La suya era azul. La mía era blanca. Ahora vivimos lejos, pero bebemos ron y cervezas, y vino y mujeres, en el mismo sitio, todas las tardes, por rutina. Llevamos casi cuatro meses así. Pero aun no he dicho nada. Aun no sabe que él es protagonista de mi plan."

Siempre me provocó algo. El hombre, el protagonista quiero decir, eso de vengarse de alguien que se crió con uno, esa cosa de matar. Por que en realidad sí. Al final mata, y destruye a la gente que le queda, destruye al trío de mujeres que lo amaron, tres, como la santísima trinidad, termina desatando un plan terrible. Al final queda solo, con su enemigo vivo, por que mató a todo el mundo menos a él. Nada. No sé. Un final así.

Por ahora no me interesa seguirla. Metí el manuscrito dentro de una libreta cualquiera y la guardé. No quiero seguir con una novela que comienza y termina de ese modo, tan ficticia, tan ajena a mí. Creo que mejor me sentaré a escribir. Escribir con las tripas gordas y con las entrañas, tirando todo sobre el papel, manchándolo de sangre mía y de saliva mía, de mierda y orina mía, y mocos y lagrimas con nombres propios que me destruyan más a mí.

viernes, julio 07, 2006

lunes, julio 03, 2006

Superhéroe


El 12 de junio del 91 desperté con la gritería cataclísmica de abuela. Doña Geña había rodado, escaleras abajo, desde la puerta de su apartamento en el segundo piso, hasta la puerta de la nuestra en el primero. Abuela sintió el golpe hueco contra el tiesto terracota de Llantén y corrió hacia afuera con el mismo presentamiento con el que sale cada vez que alguien suena una bocina en el residencial. Sin embargo, esa vez no se asomó por la ventana, sino que abrió la puerta sin pensarlo. Y allí estaba la vecina, con su gordura de años esparcida sobre el musgo del cemento, con la boca partida y gritando, sin poder mover un pie, “se me mató”. Y fue entonces cuando abuela abrió la boca como un grifo de agua, sin saber a quien se refería, alarmando a todo el mundo incluso a mí, que cumplía ocho años ese día. Me recuerdo en calzoncillos de Superman, corriendo por el pasillo largo del apartamento, con el corazón acelerado y la saliva seca entre los labios. Cuando llegué a la puerta grande Doña Geña sólo dijo “se me ahorcó Joel”. Joelito, el mariconcito, el patito del segundo piso se había ahorcado. Entonces abuelita activó el grito, los perros micos de Don Chago ladraron como nunca y las vecinas de los otros edificios se arremolinaron frente a la puerta de mi hogar.

"Arriba, todavía está arriba, colgando, está en su cuarto." Geña pidió a gritos que alguien lo bajara. Entonces las vecinas me miraron a mí pero yo miré a mi abuela. Era tan enclenque, tan poquito, tan saco de huesos, tan barriga desnutrida de Somalia, que era incapaz, siquiera, de levantarle un pié a Joel. Entonces dije que llamaran a Damián, que es el vecino más fuerte y grande que tenemos. Y así lo hicieron. Llegó en dos segundos, con la cara entumecida, pálido, sin camisa igual que yo. No miró a nadie. Subió rápido, como si tuviera la esperanza de encontrarlo vivo. "Está muerto, está vivo comadre, muerto, no está muerto na’".

Yo nunca había visto un muerto. Por eso decidí subir. La casa estaba en sombras y en silencio. Caminé hasta el cuarto y allí estaba él. El velorio fue bien rápido. Lo velaron en el centro de la sala, entre cintas lilas y flores olorosas a color de embuste; entre vecinas, amigas y algunas primas que vinieron desde lejos.

Damián estuvo parado toda la noche en una esquina. Jamás rozó la caja ni vio al muerto en guayabera y zapatos blancos. Me miraba lento y hacía un vago intento para sonreír. Pero yo no le entendía. Yo era nuevo en silencios como aquellos. También era inexperto frente a su forma extraña de querer. Caminó hacia mí pero Doña Geña se metió en el medio. Lo abrazó entre llantos, le dio las gracias, se disculpó por someterlo al desenganche de su nieto. Un minuto después se paró frente a mi rostro, con los ojos secos, aterrorizado, sin saber cómo explicarme. Intentó decirme algo, o muchas cosas, y yo no lo dejé. Interrumpí el comienzo. Salí corriendo. No miré hacia atrás.

Joelito colgaba de un cable eléctrico alrededor del cuello, desnudo, autotajeado, en el centro de su cuarto, bañado en sangre fresca y moscas. Cuando me asomé, vi el cuerpo hombruno de Damián amarrado por los brazos a la cintura diminuta de Joel, gimiendo en solitario como un loco, embarrándose el pecho macho y su rosario con el rojo, con los ojos negros sumergidos en las aguas del dolor. Y yo allí; inmóvil, aturdido, sin entender por qué. Le interrumpí el momento y pregunté si necesitaba ayuda. Me miró como los hombres. No dudó como mi abuela o las mujeres del mundo que me vieron o me pudieron ver. Él sólo contestó que sí, "sí, por favor ayúdame", y lo ayudé. Minutos más tarde el cuerpo de Joel se desplomó sobre nosotros, como una viga, con la misma tosquedad con la que a veces caen los jamones ahumados que cuelgan detrás de la vitrina en la panadería española en la que Joelito trabajaba. Estaba frío, tieso, morado, oxidado, con las venas dibujadas en la piel. En ese instante, Damián posó los labios en su muerto y le absorbió, devolvió, el calor. No sé. Era un gesto que no había imaginado. No pude correr. Tampoco quise hacerlo. Me quedé parado frente a ellos, observándolos callar, absorbiendo la belleza y los poderes de ese beso. Entonces decidí dejarlos solos. Bajé las escaleras de prisa, con el cuerpo escurriendo rojo y con la sensación extraña de los superhéroes. Mi calzoncillo súper se estropeó, es cierto, pero adquirí el poder de amar y de besarme con los hombres.

domingo, julio 02, 2006

sábado, julio 01, 2006

El mes del santo


Santiago está en los ojos de los niños
en los cuerpos de sal negra
que se esconden entre los troncos del palmar
jugando a detonar cohetes
fuego de julio
explosiones para el santo.
Las hembras empiezan a sacar las sillas
a enterrarlas frente al bitumul
las viejas cosen los colores de los vegigantes
Sicá, Santiago Apostol, bomba
vejiga, caldo santo, loca, Leró.
Loíza arde en julio.
Huele a coco el pueblo
la playa a sardinas
a pajuil el mangle oscuro.
Santiago está en los gestos de nosotros
en los sones de nosotros
en la pelvis de nosotros.
Está en los perros realengos
que sueñan acostados en la arena de la playa
en la cadencia bailable de las palmas junto al río
en los pies de los turistas zambos que se mueven solos
en la sonrisa eterna del tocador.
árbol de corcho, mascaras, espejos
caballeros, salmorejo, olas y uvas, batá
Coambé, las faldas blancas, los jueyes, el río.
Santiago está en nosotros.
El mes del santo ya empezó.

Imagen: Xavier Valcárcel de Jesús. Santiaguito. 2006. Fotografía digital. 8" x 10".